Los términos
indefinidos, imprecisos y misteriosos creaban situaciones chuscas y
esperpénticas. Aunque la desazón y la duda continuaran acuciándonos por dentro,
nos reíamos con ganas cuando pasaban ciertas cosas o cuando se trataba de
aclarar asuntos “del botón del ombligo para abajo”.
Por ejemplo.
Las niñas saltaban a la comba al lado
del templete de los jardinillos del plantío. Apostado a unos veinte metros
seguía el grupo de chavales sus saltos y sus evoluciones. Los pícaros espiaban
el color del fetiche universal: sus braguitas.
-¡Blanca!
-¡Rosa!
-¡Azul claro!
-¡Con puntillas...!
-¡No lleva...!!!
La pelirroja
aludida, con dos largas trenzas hasta la cintura y la cara llena de pecas a redondeles, se
enfrentó al grupo de provocadores, dio media vuelta, se dobló en dos, y se echó
la falda a las espaldas enseñando a los descarados el redondo culito con su braguita color carne. La burlona, con las
trenzas a ras de suelo, les sacaba una lengua de a palmo entre las piernas.
Alonso
estaba demudado. Mordisqueaba las uñas y se contorneaba extrañamente, hasta que
dijo por lo bajo a su vecino:
-Oye…yo... yo me voy... que me parece que voy a “fornicar”!!
Y echó a correr a todo trapo en dirección al río.

Era un lugar
privilegiado, de brisa fresca y permanente en los atardeceres calurosos.
Sentados a la sombra del árbol secular nos parecía estar en la proa de un gran
barco, presto a lanzarse a la deriva por
las olas de los oteros, laderas y colinas verdes, pardas, blancuzcas o azuladas
de la gran llanura castellana.
Aquella
tarde, sin preámbulos, Sixto preguntó a
Pepín qué significaba la
Lujuria. Porque es que era una constante en todas las
prédicas del párroco de San Andrés.
-Siempre está igual. Como si soñara con ella. Que la “lujuria” es la antesala del infierno. Que las mujeres lujuriosas, dijo el otro día, están atizando ya en las calderas del infierno unas llamas directamente proporcionales a sus pasiones pecaminosas...Y dale...y venga... Siempre acaba los sermones con el mismo postre.
-Siempre está igual. Como si soñara con ella. Que la “lujuria” es la antesala del infierno. Que las mujeres lujuriosas, dijo el otro día, están atizando ya en las calderas del infierno unas llamas directamente proporcionales a sus pasiones pecaminosas...Y dale...y venga... Siempre acaba los sermones con el mismo postre.
Se lo había
preguntado, para peor, a una tía suya, una beata de misa, rosario y novena cada
día.
-Eso es cosa de mujerzuelas de mala vida. Algo que ni el señor cura ni yo te podemos explicar porque aún no toca, le respondió.
-Eso es cosa de mujerzuelas de mala vida. Algo que ni el señor cura ni yo te podemos explicar porque aún no toca, le respondió.
Entonces
dijo Rubio:
-Pues yo pensaba que las lujuriosas son esas señoronas llenas de collares, pulseras, sortijas y todo el joyerío que llevan en las procesiones, que apenas pueden andar del peso... y van arrastrando los zapatos...
-Pues yo pensaba que las lujuriosas son esas señoronas llenas de collares, pulseras, sortijas y todo el joyerío que llevan en las procesiones, que apenas pueden andar del peso... y van arrastrando los zapatos...
Alguien le corrigió:
-Entonces sería lujuriosa la misma Virgen de Belén. Porque hace unos años le robaron todo el tesoro del camarín de la iglesia. Hubo luego una suscripción particular. Acudieron con donativos de todo el pueblo y de la contornada. Ahora lleva encima un porrón de joyas y abalorios que no veas.
-Eso se llama lujo, so zoquete, -le precisó Sixto- no lujuria
-La lujuria es un pecado capital -aclaró Pepín- uno de los siete pecados más importantes, mortales de necesidad
-Y eso...?
-Pues ya lo sabes; que si la pringas con uno de ellos en el buche, sin haberte confesado, te vas de patas y pa siempre a las calderas del señor Pedro Botero
-Eso es todo por dar miedo, y nada más -insistió otra vez Rubio- sigo sin enterarme
Florencio,
el de los tirachinas, hablaba poco. Estaba sentado junto al tronco del inmenso
árbol y levantó la mano como si estuviera en una clase del colegio.
-Yo también se lo pregunté a la abuela hace dos días -dijo tímidamente.
-¿Y qué...?
-Dijo que la lujuria es un hambre exagerada de hacer cosas carnales
-Toma -dije yo- eso servirá para cuaresma, que no te dejan ni oler carne si no compras la bula que venden los obispos...
-Yo también se lo pregunté a la abuela hace dos días -dijo tímidamente.
-¿Y qué...?
-Dijo que la lujuria es un hambre exagerada de hacer cosas carnales
-Toma -dije yo- eso servirá para cuaresma, que no te dejan ni oler carne si no compras la bula que venden los obispos...
Pepín
aclaró, sin alterarse, que la abuela de Floren no había dicho “comer carne”
sino “hacer cosas de carne”, que no era lo mismo. Que no se trataba de cosas de
comer, sino de uno de los enemigos del alma, que son tres.
-El Cabo, el Alcalde y el Cura de San Andrés!!!, -soltó presto Zalito en medio de una carcajada general.
-El Cabo, el Alcalde y el Cura de San Andrés!!!, -soltó presto Zalito en medio de una carcajada general.
Cuando se
terminó el jolgorio, intentó proseguir Pepín en plan maestro.
-Entonces, los enemigos son...
-El Alcalde, el Cura y...el “Cabrón”..!!!.
Nuevo
tumulto. Tres de la pandilla se echaron encima de Zalito, le maniataron, le
quitaron la camisa y se la pusieron a modo de mordaza para que se callara.
-¿Puedo seguir?...
-“Mmm...!”, el prisionero asintió con la cabeza.
-¿Puedo seguir?...
-“Mmm...!”, el prisionero asintió con la cabeza.
El
seminarista en ciernes dijo que, según el catecismo, nos persiguen sin parar
tres enemigos: el Mundo, la
Carne y el Demonio.
Son los que
se encargan de echarnos zancadillas y de mandarnos tentaciones de fuera para
que nos maten el alma que está dentro.
Entonces, la
Carne y las indigestiones que se cogen abusando de ella...
eso es lo que hace el pecado de Lujuria.
-¿Habéis entendido?...
-¿Habéis entendido?...
Silencio
general. Alonso, sin quererlo, se acordaba de una indigestión de callos que
había cogido hacía dos días. Y enseguida de otra de ciruelas claudias muy
maduras que cogió el verano pasado y que se las pasó moradas. Luego, deducía,
los empachos no venían sólo por la carne...
Zalito hacía
señas para que le quitaran la mordaza. Pero nadie lo hizo; no fuera a
despacharse con una nueva patochada.
Así que fue
el mismo Sixto que era un redicho, y que al fin y al cabo era quien había
empezado el embrollo, quien acabó diciéndole a Pepín en plan castizo y
elegante:
-Pues como “Vueciencia” –así era como llamábamos en el colegio a los empollones de la clase- no nos diga ahora qué carne es esa con la que se guisa la lujuria nos vamos a ir todos de aquí en ayunas y con las tripas destempladas. ¿Está claro...?!.
-Pues como “Vueciencia” –así era como llamábamos en el colegio a los empollones de la clase- no nos diga ahora qué carne es esa con la que se guisa la lujuria nos vamos a ir todos de aquí en ayunas y con las tripas destempladas. ¿Está claro...?!.
Pepín no se
inmutó. Dispuso a toda la cuadrilla en círculo frente al olmo. Se acomodó él
mismo delante del tronco y empezó a dar órdenes con rapidez, sin permitir que
nadie hiciera comentarios.
-Sixto, agárrate la nariz
-¡.....!?
-Que te la cojas, leche!!
-Sixto, agárrate la nariz
-¡.....!?
-Que te la cojas, leche!!
Luego ordenó
a Alonso que se agarrara la oreja derecha y a mí que hiciera lo propio con la
oreja izquierda. Hizo desatar a Gonzalo.
-Ya que estás sin camisa, te tocas el ombligo. ¡Sin chistar! ¡venga!
-Ya que estás sin camisa, te tocas el ombligo. ¡Sin chistar! ¡venga!
A Floren y a
Romero les asignó a cada uno una de sus piernas.
-Pedro Rubio...cógete la pilinga!...
-¿Qué ¡¡ ¿ la mía..!!?, dijo pálido de terror el pobre chico.
-Pedro Rubio...cógete la pilinga!...
-¿Qué ¡¡ ¿ la mía..!!?, dijo pálido de terror el pobre chico.
Y sin dar
tiempo a que explotara la juerga entre la tropa, gritó Pepín:
-¡Silencio todos!!...¿ cuál va a ser Pedrito?...Venga ... pero sin sacarla, hombre!!
-¡Silencio todos!!...¿ cuál va a ser Pedrito?...Venga ... pero sin sacarla, hombre!!
Nos tuvo así
cerca de dos minutos. Cada cual miraba para un lado y se hacía el longuis lo
que podía.
Zalito
apretaba como si fuera un timbre el botón de la barriga y vaciaba enseguida los
mofletes a punto de estallar en una sonora carcajada.
-Ya basta! -dijo Pepín .
-Ya basta! -dijo Pepín .
Y todos
respiramos. Luego fue preguntando uno por uno qué es lo que habían sentido con
sus respectivos tocamientos. Nada, naturalmente.
-Y tú Rubiete...¿tú le notaste algo...?”
-Hombre, Pepín...¿qué te voy a decir?...Pues...chs..., nos has tenido mucho tiempo manos a la obra, y así... te notas a pocos, de refilón, un cosquilleo...
-Y tú Rubiete...¿tú le notaste algo...?”
-Hombre, Pepín...¿qué te voy a decir?...Pues...chs..., nos has tenido mucho tiempo manos a la obra, y así... te notas a pocos, de refilón, un cosquilleo...
Sin dejar
que estallara la inevitable algarabía, Pedrín sentenció solemnemente:
-Sixto: Eso es “La
Carne ”!. Y de ahí le salen todos los guisos, empachos y
jarturas con que se forma la
Lujuria , ¿estamos?.
-Sixto: Eso es “
Una nube espesa y torva venía por la llanura. Diez minutos más y estallaría la tormenta. Una de esas típicas tormentas veraniegas de Castilla que atraviesa colinas y llanadas a lomos de mil caballos desbocados y deja en pos de sí un telúrico sabor a carga eléctrica y un relajante olor a gleba húmeda, agradecida.
-¡Hala! se terminó. Abur, muchachos -dijo Pepín.
Todavía,
mientras nos dispersábamos, se oyó al guasón de Gonzalo que gritaba:
-Suelta la
vela...! que se acabó la procesión, chiquillo!!!
-Bah!, serás
tontaina, mariquita...!! -le replicaba Rubio a lo lejos
Lo peor fue al día siguiente. En el colegio. Teníamos lección de castellano con el Hermano Anselmo. Iba ese día de metáforas, tropos y analogías.
-Explíquenme, señores, en breves palabras, la frase que les voy a poner en la pizarra”
Con
impecable letra redondilla fue escribiendo el Hermano en el encerado, y subrayando con especial énfasis el final de
la propuesta.
Qué significado, o significados, tiene la expresión
popular: “Poner
toda la carne en el asador”
Como si le
hubieran plantado una tachuela en el asiento del pupitre, saltó Rubio
asustadísimo. Instintivamente se había echado una mano a la bragueta. Con la
otra intentaba sacarse algo de la boca amoratada. El refrán de la pizarra le
había sorprendido mordisqueando la goma de borrar que ahora tenía encasquillada
en la garganta. Tuvieron que llevarle de urgencia a la enfermería.
El Hermano
Anselmo, más asustado que el paciente, no se explicaba lo ocurrido.
-No ha sido nada -dijo Sixto- el asado ese de carne tal vez estaba un tanto duro y ... al ( casi iba a decir “lujurioso”, pero no lo hizo)...al tragón de Rubio se le ha debido atravesar en el gaznat
-No ha sido nada -dijo Sixto- el asado ese de carne tal vez estaba un tanto duro y ... al ( casi iba a decir “lujurioso”, pero no lo hizo)...al tragón de Rubio se le ha debido atravesar en el gaznat
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