viernes, 28 de agosto de 2015

A.M.D.G. ( 28 agosto 15 )

Teobaldo tardó mucho tiempo en decirme por qué se interesaba tanto en que yo le contara cosas del colegio de San Zoilo.

En largos paseos, hasta Camporredondo y el Hayedo de Peña Lampa o sentados sobre las adustas piedras del borde del lago Curavacas que desde lejos parecían un rebaño de corderos abrevándose en sus aguas, indagaba sin cesar sobre los profesores que teníamos, sus métodos de enseñanza, el trato a los alumnos, la convivencia entre unos y otros, la disciplina y los castigos.

Yo le describía mi experiencia de esos dos primeros años. Los primeros pasos titubeantes, el acomodo a una vida extrañísima en los primeros momentos pero cada vez más tolerable e incluso, en   muchos momentos, absorbente y atractiva para un chico de mi edad.

-Me lo temía. Has caído en sus redes como cualquier conejillo de estos altozanos sucumbe a los ardides de sus ojeadores
-Bueno, bueno…-le repliqué yo enseguida- excepto cierta emboscada  que me tendió mi tía la monja en casa de la abuela María, y que por eso estoy donde estoy, yo no me he visto metido en otra ratonera. En San Zoilo nos lo dicen bien claro. “Todas las mañanas pasa por la puerta del colegio el coche de línea Guardo-Palencia. El que no quiera seguir aquí, coja el pescante y…agur !”
-¿Cuántos lo han hecho?
-Quince este año. Veinte el anterior
-De un total…?
-De ciento treinta más o menos

Estaba esperando que me preguntara cuándo me tocaría a mí hacer lo mismo.
Pero no. Me invitó a que nos acercáramos a su “bohío” como él decía. Era una casita apartada del pueblo. Con dilatadas vistas a la cordillera por un lado y al bucólico Valle del Brezo, por el otro.
Sobre la chimenea del comedor, el lienzo entero del muro  estaba totalmente recubierto de libros. Más de dos centenares, seguro. La mayor parte parecían antiguos.

-He tenido que ponerlos -dijo mirándolos con mimo- ahí, en el testero. Al regazo de la lumbre.  Para que no claudiquen ante las celliscas de todos los demonios que nos embisten durante el invierno. Ahora en verano les abro todas las ventanas. Así tomarán hálito de estas brisas que son las mejores del planeta.

Luego bajó la voz, en tono casi confidencial.

-Hay que mimar a los libros, muchacho. Más, si cabe, que a los mortales. Cualquiera de ellos es menos veleta y farsante que los humanos. Un libro es siempre fiel a sí mismo y nunca se desdice ni trapichea con su alma.

Hice ademán de tomar un grueso volumen encuadernado en piel burdeos y cantos dorados. Me paró en seco.

-Nooo!. Ni se te ocurra. Si aquí estuviera el piadoso juez Palacios, se te hubiera abalanzado como una fiera. Para impedirte  que ni siquiera quitaras el polvo a uno solo de esos volúmenes
-¿Por qué?
-¿Sabes lo que es el   Índice de los Libros Prohibidos por la Santa Madre Iglesia?
-Sí… bueno, algo nos mentaron un día en clase
-Pues casi todos los que ves en esa pared están metidos en ese saco. Los he ido rescatando en las viejas librerías de lance madrileñas. Hasta he conseguido un ejemplar valiosísimo del “Index Librorum Prohibitorum”, del Papa Gregorio XVI.

Extrajo un pálido volumen en rústica. Mientras lo hojeaba con no disimulado desaire fue comentando:

-Está editado en Italia. Figúrate que aquí dice que por primera vez aparece en la lista uno de tus jesuitas llamado di Goberti. Bueno, no te voy a escandalizar con nombres. Un día llegarás tú a ellos. Tal vez entonces estén ya libres de los grilletes a los que una supina  insensatez les ha encadenado.

En el lomo de algunos volúmenes pude descifrar desde la distancia ciertos autores: Voltaire, Rousseau, V.Hugo, Zola…En la esquina derecha de la chimenea reposaban dos libros algo más nuevos del escritor valenciano Blasco Ibáñez.

-En realidad he venido a buscar éste

Encaramado en una vieja cepa que le servía de taburete cogió de la estantería más alta  un pequeño libro.

Ya en el exterior, sentados bajo una gran chaparra, me mostró sus tapas  amarillentas, RAMÓN PÉREZ DE AYALA, A.M.D.G, LA VIDA EN LOS COLEGIOS DE LOS JESUITAS, NOVELA, al tiempo que me preguntaba con  pícaros ojuelos

- Vamos…¿A que sí que sabes el sentido de esas cuatro letras:  AMDG?
-Seguro. La mayor parte de nuestras composiciones o ejercicios literarios los empezamos en el colegio con IHS (esquina superior izquierda) y los terminamos así, con AMDG (centro inferior de la página) “Ad Majorem Dei Gloriam”
-Puesto que deduzco, por lo que me has contado, que ya dominas los latines con cierta soltura no necesito que me des la traducción corriente de ese lema jesuítico
-Mi compañero Salvador, en unos de sus primeros ejercicios de traducción latina, lo tradujo: “A Gloria le dieron la mayor”

La carcajada de Teobald0 llegó a hacer eco en la cercana sierra.

-El pobre Salva -añadí yo- lo hizo con todo el hígado, sin malicia. Pero el profesor creyó que le estaba tomando el pelo y le endilgó una página de “pensum” latino para aprender de memoria que le costó los recreos de tres días.

Cuando Teobaldo se repuso de su ataque de risa inició una larga explicación de la novela.

-Te contaré.  Si te interesa, claro…
-Hombre…Sólo con ver el título…

Se arrellanó bien sobre la hojarasca que cubría las raíces del inmenso árbol. Lo cual me daba a entender que el discurso iba para largo. Y prosiguió.

-Hace apenas medio siglo, cuando en 1910, publicó Don Ramón esta novela, o  panfleto mejor dicho, la expresión latina AMDG, “A Mayor Gloria de Dios”, revelaba sólo una cosa. Para la mayoría de los progresistas de medio pelo de entonces el latinajo era algo así como el paraguas de la  corrupción, del oscurantismo y  abusos de todo tipo que los jesuitas  infligían a sus  feligreses  y especialmente a los niños encerrados en sus escuelas.
-Pues a mí me parece…-dije yo perplejo-  Bueno, ahora…
-Que  ahora de todo eso nada. Y me alegro de haberlo oído de un joven testigo como tú. Ese era el interés  que me guiaba al preguntarte tantas cosas sobre tu escuela y sus moradores. Porque debes conocer además  una coincidencia chocante. Gran parte de la novela de Pérez de Ayala está escrita en los escenarios del San Zoilo de Carrión de los Condes. Allí vivieron muchos de sus protagonistas durante los cursos 1889 a 1891.
-Qué interesante, oiga. Una novela de mi colegio.
-Muchas páginas coinciden con lo que tú me has ido describiendo de la casona y  de la organización de la vida colegial en San Zoilo.  Otras…

Entonces se explayó sobre el escándalo que supuso la  descripción que la novelita hace de un curso escolar en un internado de los jesuitas. Alumnos glotones, pendencieros o borregos. Curas rigurosos y crueles, místicos, seductores y afeminados. Energúmenos prepotentes algunos y analfabetos  casi todos. Descripciones tétricas sobre ejercicios espirituales. El marido de una mujer se suicida porque la ve enamorada de uno de los padres del colegio, precisamente el místico. Un alumno, Coste -dijo que se llamaba- murió como consecuencia de uno de los frecuentes y brutales castigos. A un tal Bertuco, alumno protagonista, logran por fin sacarle de tan lóbrego escenario y tras él hasta el mismo rector jesuita se sale de la Compañía de Jesús.

-Como ves, un argumento edificante y modélico
-Y que lo diga…
-Aunque lo más grave estaba aún por venir -siguió Teobaldo- Ocurrió veintiún años después. En el año 1931. Estaba yo entonces en Madrid. Una mediocre adaptación teatral de de la novela AMDG se estrenó el 7 de noviembre de ese año en el teatro Beatriz. El escandalazo que le acompañó fue de volteo de campanas. Bastonazos. Bofetones. Una butaca volandera me pasó rozando la cabeza. Intervino la guardia de asalto. Se llevaron a cerca de cuarenta amotinadores projesuitas a los calabozos.

Teobaldo apuntalaba su narración con gestos exagerados que le dejaban a uno boquiabierto.

-Yo vi a D. Ramon al día siguiente -añadió a modo de confidencia -  en casa de unos amigos. Estaba apesadumbrado. Porque entonces  Pérez de Ayala era embajador de España en Londres y temía la repercusión de los disturbios del teatro Beatriz en la sociedad inglesa. Por de pronto Ayala aclaró que la obra AMDG no reflejaba el ambiente de todos los colegios de jesuitas, como,  si miras al título, indicaban las primeras ediciones de la misma. Se trataba sólo de la vida en un colegio concreto, situada de inicio en San Zoilo de Carrión de los Condes, en la provincia de Palencia, y luego en el Colegio de los Jesuitas de Gijón en Asturias.
-O sea que es verdad -le interrumpí yo- parte de los horrores que ahí se cuentan tuvieron lugar donde yo vivo.
-Y donde habitó el mismísimo Pérez de Ayala.-¡Anda! ¿Ayala vivió en San Zoilo? ¿De veras?
-Sí. Pero tienes que saber, mocito, que lo que ahí se cuenta son sólo hechos novelados. Toda novela es una ficción. Manufactura de la imaginación de su creador. Si aceptamos que la imaginación es en gran parte fruto de nuestros recuerdos podemos deducir que Ramoncín Pérez de Ayala no debió pasarlo bien en los tiernos años de infancia que estuvo en tu colegio. Adóbalo luego con el beligerante ambiente antijesuítico de  años posteriores… y de la coctelera puede salirte un bodrio como el que tengo ahora entre  manos.
-¿Y todo eso les hizo daño a los jesuitas?
-Que si les hizo…! -prosiguió Teobaldo con las manos en la cabeza-. En ese mismo año 31, en el mes  de mayo, se habían incendiado cerca de un centenar de sus casas en España. No me acuerdo en qué ciudad un cartelón rezaba: “A las once y media de la noche, carrera de frailes en la Gran Vía”.
-¿Qué brutos! -dije yo.
-Pero faltaba la guinda final
-Más aún…?!
-Sí, guapo, sí. El 23 de enero de 1932…
- Justo quince días antes de que yo naciera
-Pues ya ves, naciste casi con el decreto oficial -por mandato constitucional- de disolución de la orden de los jesuitas y la incautación de todos sus bienes.  Todos los estudiantes se fueron al exilio y  el resto se dispersó por donde buenamente pudo.
-Pues de todo eso -dije recapacitando un instante- no nos han mentado ni pizca en las clases, ni fuera de ellas. Y fíjese que ahora me acuerdo que uno de esos “dispersados” que usted dice fue un tío abuelo mío jesuita. Que lo despeñaron en 1936 las hordas marxistas desde el faro de Santander con un peñasco atado a las piernas según cuenta a todo el mundo su hermana monja, y tía mía, Sor Doretea.
-Eso les honra. A tus profesores. ¿Para qué emponzoñar a oos niños y jóvenes con recuerdos de insensatas calaveradas?! Tiempo habrá en que las descubráis por vosotros mismos y las paséis por el tamiz de vuestras experiencias. La infancia y la adolescencia son épocas de ensoñación. Un vivir en la realidad sin haber entrado todavía en ella. Pretender volar sin  tener aún la nervadura de las alas. Soñar semidespiertos. Contarse a sí mismo la existencia de todo, reducido a la estatura de cada uno. Nefasto será el educador que ignore tal circunstancia. Que irrumpa empotrando diques en esa corriente natural con el devaneo estúpido  y tan frecuente de formar seres “a su imagen y semejanza”.

Le pedí, casi le supliqué, que me dejara el libro. Yo leía muy rápido. Podía sin duda acabarlo en los dos días que aún me quedaban de estancia en Velilla.

-Vade retro, Satanas, -replicó vehemente- Ya le he dicho, muchacho, en qué “Sagrada Colección”, prohibida a  todos los cristianos grandes o chicos, se encuentra esta novela.

Y añadió, ya un poco más relajado:
-Ni a usted, amigo, le conviene aún su lectura. Ya llegará el día. Además que el escándalo que a mí me salpicaría, si se la dejara, sería más sonado que la batalla de Lepanto.
-Pues no haberme encandilado con la dichosa obrita -le dije muy enfadado- Usted sí que se ha aprovechado de todo lo que le he contado

Cambió de color su rostro. Estuvo unos instantes con la mirada perdida en el nevado horizonte. Se quitó el sombrero. Puso el libro dentro y lo tiró a mis pies. Y se arrodilló a dos pasos, la cabeza gacha y los brazos caídos como un penitente.

-Cierto, chaval. La verdad excluye toda contrarréplica -susurró mansamente- Estoy abatido. No me queda sino manifestarle la más sentida de todas mis excusas…

Nunca me había visto en tal aprieto. La situación era por un lado de un cómico subido. Por otro yo intuía haberme pasado en la reflexión que le hice al bueno de Don Teobaldo. Sin pensarlo más cogí el chambergo con el libro y se lo encajé en la cabeza medio pelona.
Todo terminó en una doble y estrepitosa risotada. Teobaldo entró luego en su casa para dejar la novela. Salió enseguida con un papel en la mano. Me lo entregó y echó a correr, trotando como un potrillo revoltoso.
El papel decía en grandes caracteres: “A.M.D.G.”  =“A Merendar De Gorra”. Desde los cincuenta metros con los que se había adelantado, gritó, blandiendo en el aire su cayado:

-Allá vamos, carrionés. A merendar de gorra en casa del Juez Palacios, que tiene los mejores torreznos y la cecina más exquisita de todas las Castillas.

Llegué a su altura y nos perdimos entre los regatos florecidos hacia la casa del señor Juez.

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