lunes, 17 de agosto de 2015

AL DIA SIGUIENTE ( 17 agosto 15 )


El día después significó la disolución drástica y definitiva de la pandilla. Tomaron parte en la conjura todas nuestras familias, los Hermanos del colegio y hasta la Benemérita.
Una pareja de la guardia civil se presentó en el domicilio de cada uno de los pandilleros. La reprimenda fue más para los progenitores que para nosotros

-Por esta vez, vale –decía uno- la próxima tendrán que vérsela estos mocosuelos con algún juez
-Y no les dejéis tan sueltos, coño!! Que por un tris no nos han quemao toda la chopera del río

Eso lo decía el  cabo del bigote que ya nos tenía fichados desde antiguo.  Los guardias insistieron en preguntar a todos  por la pertenencia al grupo de Arsenio “el Pupas”.
Por supuesto que lo negaron todos. No podía esperarse menos de la incorruptible fidelidad de los miembros de la pandilla.

En consecuencia las familias, por patria potestad y por absoluta mayoría, prohibieron a todos sus retoños volver a juntarse con unos chicos (los hijos de los otros) de los que no podían aprenderse más que cosas feas, peligrosas y subversivas.

En el colegio daban las notas finales del curso en los primeros días del mes de julio. Después del acto solemne de todos juntos en la sala de actos, el Hermano Roger reunió, de puertas a dentro, sin que nadie –s’il vous plait- llegara a enterarse,  a  los oficialmente fenecidos “Aztecas”. Lejos de echarnos el pelucón de marras, lamentó lo sucedido.

-Con el fuego no se juega, chiquillos
-El que con fuego juega, “chamuscao queda”, me ha dicho mi abuela con retintín. Y mira, mecachis, si me ha dao rabia que por poco le tiro la badila de la cocina a la cabeza
-Tranquilo, Rubio, tranquilo. Cuando uno mete “el pato”....

Jarana general.

-La pata, Hermano, se “dise” la pata... -dijo Rubio levantando la pierna por encima del pupitre- Como ésta
-“La  pata, la coba, o el rabo de la escoba” , canturreó Zalito, iniciando un zapateado.

Y todos a coro, batiendo palmas: “La pata, la coba, o el rabo de la escoba...” mientras Gonzalo pirueteaba con la punta de la  chaquetilla ajustada a la cintura.

Se abrió bruscamente la puerta de la clase. Era el Hermano Gil. Todos, como autómatas, corrieron a sus puestos. El intruso movió dos veces la cabeza al compás de su barriga oronda y cerró la puerta con el mismo estrépito con el que la había abierto.

-Sois de casta buena, dijo Roger.
-Sí, sí...castos y jodidamente resfriados por el jarro de agua fría que  nos han echao encima !
-Cómo... cómo..?
-Nada, Hermano, es por un chiste que es la que va de siete  o la de diez veces que nos lo ha repetido el Hermanito de Religión en clase de Historia Sagrada
-¿Y qué dise esa historia, Gonzalo?
-Anda, díselo tú, Alonso, que yo no estoy para  chascarrillos.

Alonso contó deprisa y con desgana:

-Le prevengo que es uno muy malo. Pues nada… eso fue que un día se  presentó san José a las puertas del cielo. Y de dentro dijo san Pedro: ¿Quién va?. ¡El casto José!, respondió el santo. Inmediatamente abrieron las puertas. Luego se presenta una mujer bíblica. ¿Quién va?. ¡La casta Susana!. Pues pa dentro. Y un pobre chupao que, de tanto esperar en una esquina sin saber qué decir para entrar en el paraíso había cogido un resfriao de caballo, soltó en ese momento un estornudo fenomenal. ¿Quién va? dijo san Pedro. El “castornudao”, comentó el pobre hombre. Y se abrió la puerta y se coló en el cielo como los demás.

El francés se quedó a dos velas, sin entender ni matute. Más gracia que el chiste que, por supuesto ya no la tenía, nos hizo la mirada anodina de pollo  mojao que se le puso al fraile.

Hubo un largo silencio.  A través de los altos ventanales del aula empezaba a molestar el cálido sol del veranillo de la primera semana de julio.
Al fin yo me decidí a pedir disculpas al grupo. Era yo quien había metido en sus molleras toda la barahúnda de leyendas y  de imperiales oropeles de los aztecas.
Los chavales movían inquietos la cabeza.

-En la pandilla –dijo alguien por lo bajini- no hay culpables  
-Pero es que además -añadí yo entonces-  debe de  haber una maldición
-¿Por qué?
-No sé: Algo así como la excomunión o cualquier exorcismo...
-Anda ya! ¿Y de quién?
-Pues de quién te crees que va a ser...
-Ni pajolera idea...!
-No puede venir más que de mi vecino, el obispo ese  antiazteca que, por alguno de sus espías, de seguro sabía lo del campamento indio.

Roger soltó una carcajada. Pero yo percibí que por la cabeza de los chicos pasaban negros nubarrones y amenazas lejanas. Así lo confirmó Sixto al instante.

-Pues sí, algo salió mal...
-¿El qué?
-Algo anunciaba que todo se venía abajo -afirmó Sixto- Era impepinable. Primero la hoguera no acababa de prender.
-Pues es verdad
-Malo. Después -comentó el chico desesperado- yo le apliqué el mechero...Mecachis...No, la ceremonia no era así...Tenía que salir mal...
-Y para culminar tanto fatalismo - intervino muy serio entonces el Hermano Roger- hicisteis lo que nunca se debe hacer
-¿Cuál?
-Venga, venga... las cosas no suceden sin más, por motivos ocultos irracionales, sino porque hay causas reales que las provocan.  Tú mismo lo has dicho, Rubio, o tu abuela: “Quien juega con fuego, termina abrasado”. Pero bueno...¿a quién se le ocurre  dejar encendido un fuego en un sitio cerrado, hecho de tablones y ramas secas, y marcharse tan tranquilos a tomar un baño!? Solo se le ocurre al que asó...¿cómo se dise...Gonsalo?
-La burra...!!, le respondió el chico
-No, no, así no es..”

Roger azorado hizo memoria  porque fue él quien un día  dijo a los chicos, en lugar de “asar la manteca”, “asar la burra”, en consonancia con  el “beurre” francés. Así que ahora concluyó tan tranquilo:

-Ya sé, se dise: “Al que asó la mantequilla...”!

Entre la algarabía que se armó, alguien se hizo el remilgado y dijo:

-Uy!, qué francés más fino, por favor..!

Luego todo se quedó otra vez parado. Como el viejísimo reloj que había en un pasillo del colegio. Con el péndulo mohoso, la esfera desgastada y el sarcasmo de  sus maderas carcomidas en la cimera.
Eran momentos, sin duda, para recordar toda la vida. Un halo dominante de gran tristeza, y al mismo tiempo la dulzura ácida de sentirse bien con alguien y tener que dejarlo, o dejarlos a todos, sin remedio.

Porque hasta el mismo Hemano Roger, según nos confesó sin aspavientos, tenía que marcharse de este pueblo. Había timoratos a quienes no gustaban sus métodos de investigación por los pueblos y campiñas próximas.
Y había mentecatos que decían que nos había protegido demasiado. Que no se podía ser tan “liberal” con unos retoños tan jovencitos. Que el arbolito, o se  endereza de pequeño o se convertirá en una fea carrasca retorcida de por vida.

-Pues a mí no me retuerce nadie, dijo Rubio  poniéndose de pie, todo estirado. Que estoy más tieso que el chopo de la cuesta...!!
-Y lo que no se ve, torero!!...la...

Alguien tapó la boca de Zalito. Y esto bastó para que el Rubiales se sentara de nuevo más rojo que una amapola, terminando así el único y efímero conato de insubordinación.
De vuelta a casa yo iba dándole patadas a las piedras de la calle. Con rabia. Sin fallar ninguna.

-Que te amuelas los zapatos, niño... -me gritó  antes de llegar a mi lado el
primo Marcelo-  Rediez, la mala uva que te llevas...¿Tantos cates ganaste..?
-Qué va…! Ninguno.
-Pues claro. Eso ya lo sabía yo, sabiondo..
-Bien que me lo he trajinao, no creas..
-Por eso te espera una gran sorpresa en  casa. Te vas de viaje, moreno...!

-¿Es verdad eso del viaje? -grité antes de entregar las notas- Me lo ha dicho Marcelo ¿a dónde?

 La señora Feli estaba pero que muy seria desde el incendio de la chopera. Sin levantar la vista del perol de alubias pintas que borboteaban sobre la cocina económica, y sin mencionar siquiera las notas del colegio, dijo fríamente:

-Pues, sí. Es verdad. Te quiero lejos. Hay que poner coto a tanto mal comportamiento. Vaya correrías las de este año, niño..!!.

Me quedé plantado. De golpe. Como la estatua de un museo.

-Y vaya banda de malandrines en la que te metiste… Hasta el. mismísimo Monseñor me lo comentaba el otro día...!

Fui a sentarme en un rincón de la cocina. Por un lado se confirmaban, como se lo insinué a mis amigos, mis sospechas sobre el cargante obispo. Por otro no sabía cómo defenderlos  de tanta majadería como de ellos se decía. La señora Feli atajó con firmeza.

-Lo mejor es  eso. Poner tierra de por medio. Mañana por la mañana coges la camioneta. Y en Frómista el tren que va a San Sebastián. Luego a Fuenterrabía, a pasar el verano en casa de tus tíos. Espero que allí te portes como debes.

Yo estaba doblando convulsivamente el borde del papel de las notas del colegio. Me venía la idea de hacer con ellas un amasijo y tirarlas al fogón o al perol de las alubias. Sería interesante. Dos alubias y un sobresaliente. Pedazo de chorizo con notable. Tocino aprobadillo...Porque me alegraba cantidad lo del viaje a las Vascongadas. Pero también me entristecía, y mucho, el enfado de mi madre...Ella se acercó. Puso sus manos cálidas sobre mi cabeza. Cogió el cartón y fue leyendo pausadamente. Y me apretó con fuerza contra su cadera.

-Muy bien. Estas son las notas de un chico inteligente y bueno  -Tardó algunos segundos en añadir con tono persuasivo y cálido- Y no las de un correcalles cualquiera. Muy bien, hijo.

Me dio un beso muy largo en la mejilla. Mientras yo sollozaba en su regazo, algo así como una nube, como el algodón con azúcar que vendían en las ferias, inundó la estancia.
Y yo me dije:

-Bueno. Pues tal vez lleve razón. Seguro que la lleva. Dicen que las madres no se equivocan nunca.

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