El día después significó la disolución drástica y definitiva de la pandilla. Tomaron parte en la conjura todas nuestras familias, los Hermanos del colegio y hasta
Una pareja
de la guardia civil se presentó en el domicilio de cada uno de los pandilleros.
La reprimenda fue más para los progenitores que para nosotros
-Por esta
vez, vale –decía uno- la próxima tendrán que vérsela estos mocosuelos con algún
juez
-Y no les
dejéis tan sueltos, coño!! Que por un tris no nos han quemao toda la chopera del río
Eso lo decía
el cabo del bigote que ya nos tenía
fichados desde antiguo. Los guardias
insistieron en preguntar a todos por la
pertenencia al grupo de Arsenio “el Pupas”.
Por supuesto
que lo negaron todos. No podía esperarse menos de la incorruptible fidelidad de
los miembros de la pandilla.
En
consecuencia las familias, por patria potestad y por absoluta mayoría,
prohibieron a todos sus retoños volver a juntarse con unos chicos (los hijos de
los otros) de los que no podían aprenderse más que cosas feas, peligrosas y
subversivas.
En el
colegio daban las notas finales del curso en los primeros días del mes de
julio. Después del acto solemne de todos juntos en la sala de actos, el Hermano
Roger reunió, de puertas a dentro, sin que nadie –s’il vous plait- llegara a enterarse, a los
oficialmente fenecidos “Aztecas”. Lejos de echarnos el pelucón de marras,
lamentó lo sucedido.
-Con el
fuego no se juega, chiquillos
-El que con
fuego juega, “chamuscao queda”, me ha
dicho mi abuela con retintín. Y mira, mecachis, si me ha dao rabia que por poco
le tiro la badila de la cocina a la cabeza
-Tranquilo,
Rubio, tranquilo. Cuando uno mete “el pato”....
Jarana general.
-La pata,
Hermano, se “dise” la pata... -dijo Rubio levantando la pierna por encima del
pupitre- Como ésta
-“La pata, la coba, o el rabo de la escoba” ,
canturreó Zalito, iniciando un zapateado.
Y todos a
coro, batiendo palmas: “La pata, la coba, o el rabo de la escoba...” mientras
Gonzalo pirueteaba con la punta de la
chaquetilla ajustada a la cintura.
Se abrió
bruscamente la puerta de la clase. Era el Hermano Gil. Todos, como autómatas,
corrieron a sus puestos. El intruso movió dos veces la cabeza al compás de su
barriga oronda y cerró la puerta con el mismo estrépito con el que la había
abierto.
-Sois de
casta buena, dijo Roger.
-Sí,
sí...castos y jodidamente resfriados por el jarro de agua fría que nos han echao encima !
-Cómo...
cómo..?
-Nada,
Hermano, es por un chiste que es la que va de siete o la de diez veces que nos lo ha repetido el
Hermanito de Religión en clase de Historia Sagrada
-¿Y qué dise esa historia, Gonzalo?
-Anda,
díselo tú, Alonso, que yo no estoy para
chascarrillos.
Alonso contó
deprisa y con desgana:
-Le prevengo
que es uno muy malo. Pues nada… eso fue que un día se presentó san José a las puertas del cielo. Y
de dentro dijo san Pedro: ¿Quién va?. ¡El casto José!, respondió el santo.
Inmediatamente abrieron las puertas. Luego se presenta una mujer bíblica.
¿Quién va?. ¡La casta Susana!. Pues pa
dentro. Y un pobre chupao que, de
tanto esperar en una esquina sin saber qué decir para entrar en el paraíso
había cogido un resfriao de caballo, soltó en ese momento un estornudo
fenomenal. ¿Quién va? dijo san Pedro. El “castornudao”,
comentó el pobre hombre. Y se abrió la puerta y se coló en el cielo como los
demás.
El francés
se quedó a dos velas, sin entender ni matute. Más gracia que el chiste que, por
supuesto ya no la tenía, nos hizo la mirada anodina de pollo mojao
que se le puso al fraile.
Hubo un
largo silencio. A través de los altos
ventanales del aula empezaba a molestar el cálido sol del veranillo de la
primera semana de julio.
Al fin yo me
decidí a pedir disculpas al grupo. Era yo quien había metido en sus molleras
toda la barahúnda de leyendas y de
imperiales oropeles de los aztecas.
Los chavales
movían inquietos la cabeza.
-En la
pandilla –dijo alguien por lo bajini- no hay culpables
-Pero es que
además -añadí yo entonces- debe de haber una maldición
-¿Por qué?
-No sé: Algo
así como la excomunión o cualquier exorcismo...
-Anda ya! ¿Y
de quién?
-Pues de
quién te crees que va a ser...
-Ni pajolera
idea...!
-No puede
venir más que de mi vecino, el obispo ese
antiazteca que, por alguno de sus espías, de seguro sabía lo del
campamento indio.
Roger soltó
una carcajada. Pero yo percibí que por la cabeza de los chicos pasaban negros
nubarrones y amenazas lejanas. Así lo confirmó Sixto al instante.
-Pues sí,
algo salió mal...
-¿El qué?
-Algo
anunciaba que todo se venía abajo -afirmó Sixto- Era impepinable. Primero la
hoguera no acababa de prender.
-Pues es
verdad
-Malo. Después
-comentó el chico desesperado- yo le apliqué el mechero...Mecachis...No, la
ceremonia no era así...Tenía que salir mal...
-Y para
culminar tanto fatalismo - intervino muy serio entonces el Hermano Roger-
hicisteis lo que nunca se debe hacer
-¿Cuál?
-Venga,
venga... las cosas no suceden sin más, por motivos ocultos irracionales, sino
porque hay causas reales que las provocan.
Tú mismo lo has dicho, Rubio, o tu abuela: “Quien juega con fuego,
termina abrasado”. Pero bueno...¿a quién se le ocurre dejar encendido un fuego en un sitio cerrado,
hecho de tablones y ramas secas, y marcharse tan tranquilos a tomar un baño!?
Solo se le ocurre al que asó...¿cómo se dise...Gonsalo?
-La
burra...!!, le respondió el chico
-No, no, así
no es..”
Roger
azorado hizo memoria porque fue él quien
un día dijo a los chicos, en lugar de
“asar la manteca”, “asar la burra”, en consonancia con el “beurre”
francés. Así que ahora concluyó tan tranquilo:
-Ya sé, se dise: “Al que asó la mantequilla...”!
Entre la
algarabía que se armó, alguien se hizo el remilgado y dijo:
-Uy!, qué
francés más fino, por favor..!
Luego
todo se quedó otra vez parado. Como el viejísimo reloj que había en un pasillo
del colegio. Con el péndulo mohoso, la esfera desgastada y el sarcasmo de sus maderas carcomidas en la cimera.
Eran
momentos, sin duda, para recordar toda la vida. Un halo dominante de gran
tristeza, y al mismo tiempo la dulzura ácida de sentirse bien con alguien y
tener que dejarlo, o dejarlos a todos, sin remedio.
Porque hasta
el mismo Hemano Roger, según nos confesó sin aspavientos, tenía que marcharse
de este pueblo. Había timoratos a quienes no gustaban sus métodos de
investigación por los pueblos y campiñas próximas.
Y había
mentecatos que decían que nos había protegido demasiado. Que no se podía ser
tan “liberal” con unos retoños tan jovencitos. Que el arbolito, o se endereza de pequeño o se convertirá en una
fea carrasca retorcida de por vida.
-Pues a mí
no me retuerce nadie, dijo Rubio
poniéndose de pie, todo estirado. Que estoy más tieso que el chopo de la
cuesta...!!
-Y lo que no
se ve, torero!!...la...
Alguien tapó
la boca de Zalito. Y esto bastó para que el Rubiales se sentara de nuevo más
rojo que una amapola, terminando así el único y efímero conato de
insubordinación.
De vuelta a
casa yo iba dándole patadas a las piedras de la calle. Con rabia. Sin fallar
ninguna.
-Que te
amuelas los zapatos, niño... -me gritó
antes de llegar a mi lado el
primo Marcelo-
Rediez, la mala uva que te llevas...¿Tantos cates ganaste..?
-Qué va…! Ninguno.
-Pues claro. Eso ya lo sabía yo, sabiondo..
-Bien que me lo he trajinao, no creas..
-Por eso te espera una gran sorpresa en casa. Te vas de viaje, moreno...!
-¿Es verdad
eso del viaje? -grité antes de entregar las notas- Me lo ha dicho Marcelo ¿a dónde?
La señora Feli estaba pero que muy seria desde
el incendio de la chopera. Sin levantar la vista del perol de alubias pintas
que borboteaban sobre la cocina económica, y sin mencionar siquiera las notas
del colegio, dijo fríamente:
-Pues, sí.
Es verdad. Te quiero lejos. Hay que poner coto a tanto mal comportamiento. Vaya
correrías las de este año, niño..!!.
Me quedé
plantado. De golpe. Como la estatua de un museo.
-Y vaya
banda de malandrines en la que te metiste… Hasta el. mismísimo Monseñor me lo
comentaba el otro día...!
Fui a
sentarme en un rincón de la cocina. Por un lado se confirmaban, como se lo
insinué a mis amigos, mis sospechas sobre el cargante obispo. Por otro no sabía
cómo defenderlos de tanta majadería como
de ellos se decía. La señora Feli atajó con firmeza.
-Lo mejor
es eso. Poner tierra de por medio.
Mañana por la mañana coges la camioneta. Y en Frómista el tren que va a San
Sebastián. Luego a Fuenterrabía, a pasar el verano en casa de tus tíos. Espero
que allí te portes como debes.
Yo estaba
doblando convulsivamente el borde del papel de las notas del colegio. Me venía
la idea de hacer con ellas un amasijo y tirarlas al fogón o al perol de las
alubias. Sería interesante. Dos alubias y un sobresaliente. Pedazo de chorizo
con notable. Tocino aprobadillo...Porque me alegraba cantidad lo del viaje a
las Vascongadas. Pero también me entristecía, y mucho, el enfado de mi
madre...Ella se acercó. Puso sus manos cálidas sobre mi cabeza. Cogió el cartón
y fue leyendo pausadamente. Y me apretó con fuerza contra su cadera.
-Muy bien.
Estas son las notas de un chico inteligente y bueno -Tardó algunos segundos en añadir con tono
persuasivo y cálido- Y no las de un correcalles cualquiera. Muy bien, hijo.
Me dio un
beso muy largo en la mejilla. Mientras yo sollozaba en su regazo, algo así como
una nube, como el algodón con azúcar que vendían en las ferias, inundó la
estancia.
Y yo me
dije:
-Bueno. Pues
tal vez lleve razón. Seguro que la lleva. Dicen que las madres no se equivocan
nunca.
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