domingo, 9 de agosto de 2015

LA VIDA POR DENTRO ( 9 agosto 15 )

He recordado infinidad de veces una frase dicha por Pepín mientras tirábamos piedras chatas al río para que saltaran por la pizarra gris de la superficie.
Chip,chip,chip...chop...chop.. Pepín había conseguido nueve saltos. Eufórico por la hazaña, como si quisiera sacarle al agua algún misterio que él iba rumiando en su interior desde hacía mucho tiempo, lo soltó como si tal cosa. Sin mirarnos.
Tenía la vista fija en el agua. El agua, con las ondulaciones de los saltos, había diseñado como una gran interrogación que se difuminaba lentamente. Y dijo:

-“Me gustaría saber cómo es la vida por dentro”.

Pepín quería ser cura. No jesuita, de los de San Zoilo, sino de los del seminario de Lebanza, en las montañas del norte de Palencia.

-Por allí anda el peligro de los maquis  -le había dicho Rubio-  Se lo he oído a mi abuelo, que fue republicano de los de antes de la guerra. 
-Lo primero- le replicó Pepín a toda prisa- que no hay republicanos ni de antes ni de luego de la guerra. Lo segundo, que no te se ocurra ir diciendo por ahí que tu abuelo es o fue de la República
-Lo primero –dijo Rubio un pelín mosqueado-, que no se dice  “te se”, sino “se te. Lo segundo que somos de la pandilla y entre nosotros no tiene que haber secretos.
-Bueno. Por si acaso
-Y aluego que no me vas a decir -insistió Rubio- que los maquis no son peligrosos.

 Pepín bajó la voz como si fuera a pronunciar un gran secreto.

-Mira, chaval,  primero que no se dice  “aluego”. Y luego te tengo que decir que la mayor parte de los chicos que van al seminario son de gente pobre que no tiene otro sitio donde cocerse los garbanzos. Y los maquis no pueden ser de peligro para el seminario porque nunca se meten con los pobres...
-Pero sí que roban gallinas, y hasta vacas; y panes de hogaza y...lo que pillan de las orzas de los campesinos...
-Toma! -terció Romero- algo tienen que comer. No se van a tragar sólo las bayas o los pocos osos que están aún por las montañas!!...

Pepín tenía los ojos fijos en un chopo cercano. Subía la mirada por el tronco, desde la raiz hasta la copa. Cuando llegó a la flecha más alta, dijo mirando al cielo:

-Lo que yo de veras me pregunto es ¿por qué tiene que haber Maquis?...
-Porque han perdido la guerra -dijo Alonso-
-¿Y por qué? -le preguntó Pepín mirándole a los ojos- ¡dime por qué ha habido una guerra!
-En la historia de todos los pueblos -dije yo en ese momento- ha habido siempre guerras
-Y siempre, siempre, siempre...tendrá que ser así ?!!...¿Para qué las madres de todo el mundo van a seguir teniendo niños? ¿Para tener que mandarlos a unas batallas que ellos no decidieron y de las que ni ellas ni sus hijos sabrán los por qué…?!!

Esas reflexiones del futuro párroco nos dejaban frecuentemente sin palabra y un tanto desazonados. Porque eran por lo común preguntas sin respuesta.

Y es que la naturaleza, la vida externa que bullía por la Loma o por la Vega del pueblo, tenía pocos secretos para nosotros. La conocíamos, y hasta podíamos decir que la dominábamos palmo a palmo. Pero en cuanto traspasabas la epidermis,  empezaba a surgir algún problema..
.
-No nos metamos en berenjenales...!!!, sentenciaba el grandullón de Rubio.

En cambio Pepín, como si estuviéramos jugando a la brisca o al tute subastado, acababa de echarnos a todos una carta gorda sobre el verde tapiz de la pradera.

-Me gustaría saber cómo es la vida por dentro. Luego añadió: Tener la solución de los misterios 
-Ahí es “ná”. ¡La solución de los Misterios!!! -gritó Alonso- ¡Uy chiquillo! Los misterios, pues son eso… los misterios. No tienes más que hacerte a ellos y...”pa  lante”.

Algunos misterios te los daban en la Doctrina. Estaban en el Credo y en los catorce artículos de Fe, de los que siete pertenecían “a la Divinidad” y los otros siete “a la Santa Humanidad”.
Eso era lo que había que "creer". A pies juntillas. Y porque sí.

Lo que había que "orar" era mucho más fácil: el Padrenuestro, el Avemaría , el  Gloria Patri y la Salve.

Luego venía lo que había que "obrar". Y ahí empezaban los problemas.  Tres de los diez mandamientos  de la Ley  te decían lo que había que obrar y siete lo que no había que obrar. Cuatro de estos últimos se entendían de puro naturales. No jurar, no matar, no hurtar, no mentir. De acuerdo.

Pero, ¿y los tres restantes: no fornicar, no desear la mujer de tu prójimo, no codiciar los bienes ajenos?


-¿Que es fornicar?  -le preguntó Sixto así, de sopetón, al joven Coadjutor de Santa María que nos tomaba la doctrina los domingos, antes de la misa de doce, en el pórtico que da a la plaza de la Inmaculada 

-Hum... -el curita  se puso todo colorado, tropezó con dos sillas, las levantó y  sin mirarnos salió por pies.
-Niños...me voy a llevar el viático a una señora moribunda. Vengan conmigo dos monagos...!

Alonso no entendía qué era eso de “no codiciar los bienes ajenos”. Porque su tío no tenía más que, por redaños, entregar a los del sindicato del trigo ochenta costales para evitar que  le confiscaran toda la cosecha.

 Zalito intervino un día en clase de religión en el colegio.

-Hermano, ¿le puedo hacer la pregunta de una duda?
-Una duda, Gonzalo, no se pregunta. Simplemente, se expone. Venga...vamos a por ella.

Y el chiquillo expuso inocentemente que siendo el noveno mandamiento “no desear la mujer de tu prójimo”, pues que podíamos desear a todas las mujeres que no tuvieran prójimo.

-Es decir, que a parte de las casadas, las monjas, las novias o las hermanas de nuestros amigos  podríamos trincar a todas las demás mujeres, concluyó Zalito.

El profesor se quedó seco. La clase entera había registrado el golpe y, a punto de estallar, le miraba sin pestañear con un silencio espeso.

-¡Trágate esa mosca!, musitó por lo bajini Sixto.

El Hermano se fue por la tangente. Es decir, por la tremenda.

-Pero que bruto eres...so talego! – le espetó gritando y congestionado- ¿No tienes otras dudas más...? ¡Pues sí que nos ha salido zampón el tal Gonzalo!!.

Zalito se había escondido debajo de la mesa. “Tiene razón el Rubio -pensaba para sus adentros- ¡No hay que meterse en berenjenales¡”.

Lo cierto es que se nos había escatimado una vez más otra respuesta. Y lo que no tiene respuesta se te va haciendo poco a poco misterioso.
Y entonces, como un misterio más,  pasa a engrosar la lista de lo que tienes que creer “sin comprenderlo”.
Así que, por las buenas, tres mandamientos  “para obrar” se nos convertían en tres nuevos artículos de fe “para creer”. Y.. ¡" pa lante"!,  que diría Alonso.




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