viernes, 17 de julio de 2015

PUNTO DE VISTA - AVISO PARA NAVEGANTES (17 julio 15)

Al doblar la esquina de los ochenta cambiamos  necesariamente de perspectiva. Ya no es tiempo, ni siquiera invocando a Max Scheler, de buscar “nuestro puesto de hombre en el Universo”. No está ya uno para vuelos de espacial envergadura.
Está más bien para, instalándose cómodamente, contemplar el espectáculo desde la butaca. Y si lo que avistamos no nos cautiva, circunstancia harto frecuente, nos queda el placentero repliegue  a la atalaya del pasado.

Nada hay  más inherente a la propiedad individual como nuestros recuerdos. Somos lo que recordamos. La pertinacia de las personas de edad por rememorar hechos pasados no es más que el pescante al que agarrarse antes que el furgón descarrile inapelable. Porque los recuerdos dan la seguridad de haber vivido. Y mientras la moviola nos permita rebobinar hacia escenarios ya pasados nos reafirmamos en que somos nosotros, en especial nuestro cerebro, los autores del guión  y del film original de nuestra vida.

Un amigo de infancia me participó recientemente una idea peregrina. Quiere escribir sus memorias “al revés”. Empezarlas en el crematorio por el chisporroteo último que le transformará en cenizas, y llegar, “a recules”,  hasta la tabla rasa antes del primer vagido de su alumbramiento. 
Defecto profesional del abogado que es. De los efectos  consecuentes  pretendía mi amigo explicar las causas de muchas de las circunstancias de su azarosa vida. Tranquilamente le expuse lo inverosímil de su empeño. Ni en las urnas de los columbarios ni en el pergamino virgen de la semilla humana hay trazos de vivencias para recordar. Me confió que él era “reencarnacionista”. No le insistí más. Está en su derecho.

Yo, mientras funcione el maravilloso trajín de las neuronas, prefiero bucear en el bloc de notas que durante ocho largas décadas se ha ido almacenando en mi Memoria. A sabiendas de lo capciosa, voluble e imprevisible que es esta noble dama. 
La Memoria es el ama de llaves de nuestros recuerdos. Mal que nos pese algunas veces, es una notable administradora que sabe librarnos de las reminiscencias superfluas y conservar y suministrarnos a cada paso las necesarias para nuestra  normal singladura.

Debido a ese instinto protector tenemos frecuentemente la impresión de que los recuerdos son selectivos. En general “pro domo sua”, es decir, para lo que a cada uno le conviene, lo agradable de preferencia.
De donde se deduce, porque es ella la directora de la orquesta, que algo debemos  desconfiar  de la memoria. La memoria, tal es su cometido y hay que agradecérselo, suele escamotearnos los malos ecos del pasado. Mandarlos, excepto tal vez ciertas ignominias y humillaciones que alimentaron las crisis más agudas de nuestra existencia, al vagón de cola del olvido.

Pero hagamos el esfuerzo de dar cuerpo a los recuerdos. Capturarlos. Vestirlos con la palabra. En negro sobre blanco. Los recuerdos entonces se transforman en espejismo de sí mismos. Entre los pliegues del cuadro reverdecen brotes escondidos. La memoria, tal vez sin ella misma darse cuenta, se trasmuta en conciencia. La pose espontánea deviene en sorprendente panoplia de experiencias vividas y, por eso mismo, asequibles a la interpretación, a lo que muchos de esos recuerdos han significado en nuestras vidas.

Y así llega un momento en el que los recuerdos se vuelven  sentimientos. Imaginación.  Oí comentar un día al dramaturgo Fernando Arrabal que “La imaginación es el arte de mezclar los recuerdos”. Eso hace que cuando uno empieza a escribir sobre sí mismo  choca con frecuencia con lo que los demás dicen que fue la realidad de lo contado. "Que no fue así". "Que te lo inventas".

Es que no han entendido que los recuerdos de cada uno son simple y llanamente “su” verdad.

La evocación de los recuerdos implica revivir, formando parte del ahora en un “mix” de impresionistas pinceladas, los momentos singularmente más agradables del pasado.

Desde mi infancia soñé con tener una biblioteca que fuera mía. Ahora contemplo sus centenares de ejemplares y mentalmente, ignorando al tedioso ISBN, los clasifico según lo que cada uno significó en el momento de su adquisición.

Le estoy tendiendo con ello un puente de plata a la memoria. Y le planteo además un desafío. Porque, dando un paso más y parodiando el sincretismo del que ella hace gala en la codificación de los recuerdos, he destacado en primer plano dos venerables tomos. La Ilíada y El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Todos los demás sestean mansamente en un segundo plano, a la sombra de los dos grandes colosos. Suena mucho a “clásico”. Pero yo me entiendo. Y basta.

Mi Quijote lleva no obstante como anexo un libro francés, en rústica, de apariencia insignificante.  Se llama “La Moral de la Ironía”. Desde los años sesenta del pasado siglo,  es uno de los veteranos de mi librería. Tiene el privilegio de estar, como un escudero más, al lado del Caballero de la Triste Figura.
Primero porque  indudablemente la obra prima  de Cervantes, al igual que sus Novelas Ejemplares, rezuman Ironía de la buena por todos los costados.
Ocupa además tan honorífico lugar  porque ese pequeño ensayo, de un escritor francés apenas conocido, me situó  desde el comienzo, allá por los años 60, en el contradictorio puesto de “actor-espectador” que todos interpretamos en el gran teatro del mundo.
Es muy diferente, dicen, ver los toros desde la barrera a vivirlos en el ruedo. Pero lo difícil es tener que estar al mismo tiempo en el tendido y en el centro del albero.

Los pintores antiguos nos dejaron obras chatas, en planos uniformes. Hasta que los artistas del Renacimiento nos regalaron “la perspectiva” y ampliaron a cuotas insospechadas el subjetivismo.
Al “perspectivismo” del que habló Ortega y Gasset se le define como “doctrina del punto de vista”. Cada individuo mira en una dirección propia,  hacia su individual parte de verdad, a la cual tiene legítimo derecho; verdad que, por lo general, entra en contradicción con las certidumbres de los demás.

El conflicto entre esas dos verdades contrapuestas: la de la persona y  la de los demás,  el “yo” y el “nosotros” que le avasallan, el individuo y la sociedad que le coarta,  es el tema central del opúsculo “La Moral de la Ironía”.  El autor francés, Mr. Paulhan,  trata de encontrar en el “espíritu irónico” una plausible solución a esa  contienda que se libra en un mismo palenque, aparentemente sin salida.

Al empezar a escribir sobre mí mismo me prometí, en aras de la objetividad, buscar una segunda fila donde guarecerme. Jugar el rol  imparcial de espectador independiente. Pero qué pronto se me cambiaron las tornas. A poco del camino y cuanto más en sus vericuetos avanzaba más me convencí de la trampa que a mí mismo me había yo tendido. Los recuerdos, de puntillas, se iban raudos pasando a mi refugio. Y así me descubrí un día describiendo  mi pasado, al unísono con ellos, “desde la segunda fila”.

1 comentario:

  1. "Desde la segunda fila". Además del sentido que aquí tiene esta frase (colocarse al abrigo contra los trucos de la Memoria), hay otro que, dentro del juego vital, va colocando a cada persona en el rol que el reparto de cartas le va asignando paso a paso en el "Gran Casino" del mundo. No escogemos desde el comienzo dónde nacemos (hay teorías que dicen lo contrario). No conocemos, hasta que ocurren, los meandros por los que se desliza nuestra aventura (hay quienes los someten al "libre albedrío"). ¿Pero es que, de verdad, somos "libres"?. Ignoramos por cierto, ya he citado a alguien que se lo planteaba, "cual es nuestro puesto de hombre en el Universo", ni ¿por qué?, ni ¿para qué?( aunque hay quienes están seguros de saberlo y así nos lo imponen o nos lo insinúan).
    Al avocar, sin embargo, las últimas partidas de cartas de la vida sí que podemos situarnos en un punto preciso: el lugar en el que nos encontramos dentro de la Sociedad que nos ha "tocado" vivir. (Aunque sea con alguna mínima participación por parte nuestra)
    Quiérase o no, el cubículo social en el que nos encontramos sabe distinguir muy bien la clase de hombre que hemos sido. Hay personajes famosos: grandes científicos o literatos, artistas, adinerados, deportistas, líderes políticos, religiosos... o hasta advenedizos...que ocupan la cabecera de los "medios de comunicación". Se habla de ellos. Están encuadrados en la "Primera fila".Y son los menos. La inmensa mayoría de humanos están en "segunda fila". Brillan por su ausencia entre las "Celebridades" pero son el empedrado sobre el cual caminan sin reconocerlo los encumbrados a la fama. Usando una afinidad económica diríamos que son ""la clase media" de la Humanidad. Trabajan, producen, piensan...pero no triunfan aunque son indispensables. Un error más de los aleatorios juegos de azar.



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