A todos les costó mucho despertarse a las siete del día siguiente. La campanilla matinal,
sonajero diario para espabilar a los colegiales, susurraba apagada y lenta como
una pesada niebla invernal. Y sin embargo era un día espléndido. Diáfano y
soleado. Como solían ser las “mañanitas del Rey David”, en la segunda quincena
de Junio. Muy cerquita ya de las fiestas de San Juan. Y en vísperas de los
exámenes finales.
-Hoy,
día de campo -fue corriendo la voz por todos los dormitorios
Sería quizás la última salida del año a la alquería de Villamez.
Estábamos encantados con la noticia de no tener clase. Porque, con la resaca
del día anterior, hubiéramos estado en las aulas hostigados el día entero por
las provocaciones del dios Morfeo.
Gran parte del camino estuvimos acompañados por tres rebaños de ovejas
que ocupaban toda la calzada. Procuramos
adelantarlas para evitar pisar la siembra de granitos de café que iban dejando entre
la polvareda de sus patas. Los perros pastores les impedían pastar por las
cunetas, porque no era bueno que comieran la hierba todavía húmeda por el
relente de la madrugada.
Pasamos el paseo de ida conversando con nuestro maestrillo preferido,
el profesor de Historia.
-A ver. Empecemos por
lo negativo. Lo que menos os gustó de vuestra visita de ayer a Burgos
La repuesta fue unánime. Las Huelgas.
-Era bonito. Pero
después de comer… -dijo como justificación uno de los excursionistas- era algo
así como si el Arte se te atragantara
-Mas bien no os dijeron algo que os hubiera
atraído la atención –comentó el maestro en tono complaciente- Ignorabais, por
ejemplo, que el rey Alfonso VIII, el de las Navas de Tolosa, fundador y morador
eterno de ese monasterio después de su muerte, estuvo aquí en Carrión de los
Condes innumerables veces…
-Pues no, de eso no
sabíamos nada
-Aquí estuvo, por ejemplo, hacia 1180 para firmar los
fueros de algunas villas cercanas. Y unos años después se reunió en Carrión con
su primo Alfonso IX para firmar los pactos que, como última consecuencia,
desembocarían en la anexión del reino de León por el de Castilla. Alfonso VIII
fue amigo de trovadores y sabios. Influencia de su esposa doña Leonor. Ellos
fueron los impulsores de la primera universidad española que se comenzó muy
cerca de aquí. Se llamó el “Studium generale” de Palencia, embrión de la futura
gran Universidad de Salamanca.
-El Arte
-prosiguió el profesor- se saborea más cuando se le coloca en su contexto histórico.
La Historia y el Arte, recordadlo siempre, van persistentemente de la mano. Son
dos hermanos inseparables.
-¿Es verdad
–preguntó uno de los chicos- que la abadesa de las Huelgas era muy mandona?
-Ya lo creo que mandaba. Esa abadía se
convirtió en un señorío territorial muy extenso. La reverenda abadesa de las Huelgas tenía extraordinarios
poderes religiosos y civiles sobre numerosos obispos y nobles de la región
-¿Y a santo de qué?
-Pues por el rango que las abadesas tenían.
Casi todas fueron de sangre real y llegaron a tener más autoridad que las
mismas reinas. Lograron gobernar sobre
cerca de setenta villas y dominar
arbitrariamente doce monasterios. Tanto se les subió el poder a la cabeza que
algunas se atrevieron a predicar en público y a oír en confesión a sus
monjitas.
-Vaya escándalo, ¿no?
-Sí. Fijaos si llamó la atención en todo el
mundo esta situación que un cardenal romano llegó a decir irónicamente que si
el Papa llegara a casarse algún día, debería ser con la abadesa-papisa de las
Huelgas
-Así todo quedaba en
casa, ¿eh?! –se atrevió a puntualizar el que estaba más cerca del profesor-
Pero enseguida se arrepintió del comentario y, más rojo que una guindilla, se escabulló a toda mecha del grupo.
Al llegar a la finca de
Villamez, unos cuantos fuimos a conversar con los pastores que habían acampado en
unos prados cercanos. Conversar con ellos fue durante una época una de
nuestras distracciones favoritas.
Porque en clase de literatura
se había hablado de algún comentario del escritor Miguel de Unamuno sobre la
sabiduría de los pastores.
Declaraba Unamuno su inclinación
a pasear con los cabreros. Le enseñaban a pensar. El pastor tiene todo el
tiempo del mundo para cavilar. Para imaginar a sus anchas y calibrar sus
conocimientos. Y para detectar cada día rincones nuevos para la reflexión.
Por eso también el lenguaje de
los pastores castellanos que conocíamos era un modelo de precisión. La frase
exacta. El epíteto adecuado. Estos cabreros nada tenían que ver con aquellos
rebuscados y melifluos de las églogas o novelas pastoriles del Renacimiento. Aquellos
bucólicos pastorcillos eran una evasiva,
un mero recurso literario. Iban ataviados con unos modelos y una cursilería
trovadoresca en el lenguaje que en nada coincidía con los verdaderos gañanes y
porquerizos de su época.
-A estos pastores de ahora nadie les tiene en cuenta. Pocos son los hombres cultos, como Unamuno, que se acercan a unos humildes guardianes de ganado para conocer la auténtica reflexión sabia y la entraña de la lengua. Porque el lenguaje lo hace el pueblo. No los eruditos. Estos, a lo más, lo desmenuzan y disecan. Y luego nos lo presentan enlatado en sus estructuras gramaticales.
-A estos pastores de ahora nadie les tiene en cuenta. Pocos son los hombres cultos, como Unamuno, que se acercan a unos humildes guardianes de ganado para conocer la auténtica reflexión sabia y la entraña de la lengua. Porque el lenguaje lo hace el pueblo. No los eruditos. Estos, a lo más, lo desmenuzan y disecan. Y luego nos lo presentan enlatado en sus estructuras gramaticales.
Tal vez se pasaba dos pueblos
el profesor de Castellano con este repaso a los intelectuales. Pero se le
entendía muy bien lo que quería decir.
Leoncio, Martos, Elpidio. Recios pastores curtidos como antiguos
odres, rebosantes del sentido común que imprime el roce constante con la
naturaleza. La vida de cada uno modela su lenguaje. El suyo era la voz de los arroyos, los barbechos
y los pastizales donde pacían sus rebaños. Aprendimos mucho de ellos. Y, de
rebote, les enseñamos también a corregir algunas faltas de lenguaje (¿o
tendencias, tal vez?) que eran frecuentes en el habla de las capas menos cultas
de la región. Eran los famosos pretéritos que tanto nos llamaban la atención.
Los “dijon”, “puson”, “trajon”, “vinon”…
en vez de dijeron, pusieron, trajeron, vinieron…
Y ellos, disciplinados,
llegaron a corregirlo. Elipio riñó y todo en casa con su “parienta” al intentar enmendarla.
-Que nos lo “dijeron” ayer los chicos de San Zoilo….que no se dice ni “dijon” ni “vinon”
-Anda ya, “remilgao”… -le contestó ella- “Pos” no. “Ende” que empezó a hablar mi abuela y los abuelos de ella “habemos” dicho siempre así: “trajon” y “vinon”…
-¿Y tú como lo sabes?
-Hombre, es un suponer
-Los chicos nos han dicho que ya los pastores hablaban como se debe desde que escribió Cervantes-¿Y ése quién es?-Mira que eres inculta, Palmira
-Ya, ya… “dijo la sartén al cazo… señorito Elipio¡¡”
Palmira dio un portazo y ahí se terminó toda discusión.
-Es lo de siempre –recapituló el pastor- unos nacen pa la siembra y otros pa la molienda…y a ver quién es el salao que en dos envites cambia el barbecho en tierra de labrantío..¿eh?
-Que nos lo “dijeron” ayer los chicos de San Zoilo….que no se dice ni “dijon” ni “vinon”
-Anda ya, “remilgao”… -le contestó ella- “Pos” no. “Ende” que empezó a hablar mi abuela y los abuelos de ella “habemos” dicho siempre así: “trajon” y “vinon”…
-¿Y tú como lo sabes?
-Hombre, es un suponer
-Los chicos nos han dicho que ya los pastores hablaban como se debe desde que escribió Cervantes-¿Y ése quién es?-Mira que eres inculta, Palmira
-Ya, ya… “dijo la sartén al cazo… señorito Elipio¡¡”
Palmira dio un portazo y ahí se terminó toda discusión.
-Es lo de siempre –recapituló el pastor- unos nacen pa la siembra y otros pa la molienda…y a ver quién es el salao que en dos envites cambia el barbecho en tierra de labrantío..¿eh?
Por la tarde, en el camino de
regreso al colegio, el profesor quiso indagar más sobre nuestras impresiones de
la visita del día anterior a Burgos.
-¿Qué os pareció la Cartuja de Miraflores?
Hacía apenas veinticuatro
horas que, en otro crepúsculo vespertino muy diferente, salíamos de la cartuja
burgalesa.
El último detalle gravado en nuestra retina era el de una capilla vacía. En el testero una estatua. San Bruno, fundador de los cartujos. Con él había soñado yo la noche anterior.
La soledad y el silencio, en
efecto, fueron los rasgos que más nos impresionaron en este monasterio a tres
kilómetros apenas de la ciudad de Burgos. El silencio del paraje boscoso a
orillas del río Arlanzón. Y el silencio de sus moradores.
-Las reglas de los monjes cartujos sólo les permiten hablar lo menos posible -nos dijo uno de los sirvientes laicos, llamados “donados”, que nos acompañó durante todo el recorrido.
- A mí me han dicho siempre –intervino uno de los alumnos- que los ermitaños no hablan nunca. Y que dicen únicamente cuando se cruzan: “Morir habemos”, y responde el otro: “Ya lo sabemos”
-No sé si eso será cierto en otras órdenes claustrales. Pero no es verdad si se refiere a los cartujos.
-Las reglas de los monjes cartujos sólo les permiten hablar lo menos posible -nos dijo uno de los sirvientes laicos, llamados “donados”, que nos acompañó durante todo el recorrido.
- A mí me han dicho siempre –intervino uno de los alumnos- que los ermitaños no hablan nunca. Y que dicen únicamente cuando se cruzan: “Morir habemos”, y responde el otro: “Ya lo sabemos”
-No sé si eso será cierto en otras órdenes claustrales. Pero no es verdad si se refiere a los cartujos.
<<Tenemos, eso sí, nuestras normas de
silencio. Nunca se puede hablar en la iglesia ni en los pasillos. Ni en el
refectorio. Sólo hablamos en contados momentos del día y en los paseos dominicales.
Y en el trabajo. Pero la conversación debe ser lenta, breve y espaciada. La
mayor parte de las veces los monjes se comunican con misivas escritas que
depositan en las casillas que tiene cada uno en la sala común o del capítulo.
Este silencio mitigado, va parejo con la vida solitaria, mezcla de
soledad y vida en común, que llevan los cartujos.
Su fundador, San Bruno, se retiró, hace ya nueve siglos, con otros seis compañeros a una zona de los
Alpes, cerca de Grenoble en Francia. Formaron un eremitorio. Cada monje
habitaba en su casita o ermita y trabajaba su huerto. Se reunían varias veces
durante la jornada para orar juntos y celebrar los ritos de las horas
litúrgicas.
Eso es lo que seguimos haciendo los cerca de treinta monjes que tenemos
el divino privilegio de habitar la Cartuja de Miraflores. Y en un entorno,
además, maravilloso que sin duda os va a gustar. Primero por sus muestras de
Arte y luego por lo que hay detrás de estos austeros muros y que luego os
explicaré.>>
Es difícil imaginar, al llegar
a la explanada del crucero que da acceso
a la Cartuja, los tesoros que puede encerrar una construcción
aparentemente tan reducida. La iglesia
es de una sola nave. Antes de llegar a su cabecera hay que atravesar tres coros separados por
rejas y retablos destinados a los laicos, los legos y los padres.
Y de pronto, una extraordinaria
concentración de obras de arte.
Boquiabiertos quedamos ante dos
de ellas: el retablo mayor de Gil de Siloé, de madera policromada, terminado en
1499, punto culminante del último gótico europeo.
Y del mismo autor, a los pies del impresionante retablo, el sepulcro del rey Juan II de Castilla.
Este rey regaló a los cartujos
su pabellón de caza en las inmediaciones de Burgos. Un incendio destruyó el
primer monasterio cartujo. El actual, denominado Cartuja de Santa María de
Miraflores, se terminó impulsado por la hija de Juan II, Isabel la Católica.
La idea de la reina fue
convertir el templo en el panteón de su padre y de su esposa doña Isabel de
Portugal.
Para calibrar la impresionante
belleza del panteón real, sólo hay que recordar el comentario que, según
cuentan, hizo el rey Felipe II en su visita a Miraflores:
-¿Y para eso, me pregunto,
acabo yo de construir El Escorial?! –dijo, anonadado ante el mausoleo de sus
antepasados.
Señalando la puerta por donde
los monjes, después de haber dormido apenas cuatro horas, entran a medianoche
para los cantos de Maitines y Laudes, nuestra guía nos describió la vida del
cartujo, sus celdas que son como austeras y diminutas casas individuales, sus
trabajos:”ora et labora”, la alegría que impregna la vida de los cartujos
impulsada precisamente por todas las privaciones que libremente ellos se
imponen
-Y ahí estamos; humildes, sin ninguna aspiración
terrenal, consagrados a la oración y al trabajo. Con la solidez que describe el
escudo de la Orden de los Cartujos. Siete estrellas, representando a los
fundadores, envuelven una cruz sobre la bola del mundo. Y una leyenda dice: “Stat crux dum volvitur orbis”. ¿Alguien
sabe traducirlo?
-“Está la cruz en pie mientras el mundo gira”, tradujo alguno rápidamente.
-Que Dios os bendiga

-¡Eh!, ¡eh! –comentó el profesor- me parece que por aquí ronda el “recuerdo de Sthendal”
-¿No quedamos en que eso sólo pasaba en Florencia, Padre?
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