martes, 3 de noviembre de 2015

ULTIMO DIA EN VILLAMEZ ( 3 noviembre 15 )

A todos les costó mucho  despertarse  a las siete del día siguiente. La campanilla matinal, sonajero diario para espabilar a los colegiales, susurraba apagada y lenta como una pesada niebla invernal. Y sin embargo era un día espléndido. Diáfano y soleado. Como solían ser las “mañanitas del Rey David”, en la segunda quincena de Junio. Muy cerquita ya de las fiestas de San Juan. Y en vísperas de los exámenes finales.

 -Hoy, día de campo -fue corriendo la voz por todos los dormitorios

Sería quizás la última salida del año a la alquería de Villamez. Estábamos encantados con la noticia de no tener clase. Porque, con la resaca del día anterior, hubiéramos estado en las aulas hostigados el día entero por las provocaciones del dios Morfeo.

Gran parte del camino estuvimos acompañados por tres rebaños de ovejas que ocupaban toda la calzada.  Procuramos adelantarlas para evitar pisar la siembra de granitos de café que iban dejando entre la polvareda de sus patas. Los perros pastores les impedían pastar por las cunetas, porque no era bueno que comieran la hierba todavía húmeda por el relente de la madrugada.

Pasamos el paseo de ida conversando con nuestro maestrillo preferido, el profesor de Historia.

 -A ver. Empecemos por lo negativo. Lo que menos os gustó de vuestra visita  de ayer a Burgos

La repuesta fue unánime. Las Huelgas.

-Era bonito. Pero después de comer… -dijo como justificación uno de los excursionistas- era algo así como si el Arte se te atragantara
-Mas bien no os dijeron algo que os hubiera atraído la atención –comentó el maestro en tono complaciente- Ignorabais, por ejemplo, que el rey Alfonso VIII, el de las Navas de Tolosa, fundador y morador eterno de ese monasterio después de su muerte, estuvo aquí en Carrión de los Condes innumerables veces…
 -Pues no, de eso no sabíamos nada
 -Aquí estuvo, por ejemplo, hacia 1180 para firmar los fueros de algunas villas cercanas. Y unos años después se reunió en Carrión con su primo Alfonso IX para firmar los pactos que, como última consecuencia, desembocarían en la anexión del reino de León por el de Castilla. Alfonso VIII fue amigo de trovadores y sabios. Influencia de su esposa doña Leonor. Ellos fueron los impulsores de la primera universidad española que se comenzó muy cerca de aquí. Se llamó el “Studium generale” de Palencia, embrión de la futura gran Universidad de Salamanca.
-El Arte -prosiguió el profesor- se saborea más cuando se le coloca en su contexto histórico. La Historia y el Arte, recordadlo siempre, van persistentemente de la mano. Son dos hermanos inseparables.
-¿Es verdad –preguntó uno de los chicos- que la abadesa de las Huelgas era muy mandona?
-Ya lo creo que mandaba. Esa abadía se convirtió en un señorío territorial muy extenso. La reverenda  abadesa de las Huelgas tenía extraordinarios poderes religiosos y civiles sobre numerosos obispos y nobles de la región
-¿Y a santo de qué?
-Pues por el rango que las abadesas tenían. Casi todas fueron de sangre real y llegaron a tener más autoridad que las mismas reinas. Lograron  gobernar sobre cerca de setenta villas y  dominar arbitrariamente doce monasterios. Tanto se les subió el poder a la cabeza que algunas se atrevieron a predicar en público y a oír en confesión a sus monjitas.
-Vaya escándalo, ¿no?
-Sí. Fijaos si llamó la atención en todo el mundo esta situación que un cardenal romano llegó a decir irónicamente que si el Papa llegara a casarse algún día, debería ser con la abadesa-papisa de las Huelgas
 -Así todo quedaba en casa, ¿eh?! –se atrevió a puntualizar el que estaba más cerca del profesor- Pero enseguida se arrepintió del comentario y, más rojo que una guindilla,  se escabulló a toda mecha del grupo.

Al llegar a la finca de Villamez, unos cuantos fuimos a conversar con los pastores que habían acampado en unos prados cercanos. Conversar con ellos fue durante una época una de nuestras distracciones favoritas.

Porque en clase de literatura se había hablado de algún comentario del escritor Miguel de Unamuno sobre la sabiduría de los pastores.
Declaraba Unamuno su inclinación a pasear con los cabreros. Le enseñaban a pensar. El pastor tiene todo el tiempo del mundo para cavilar. Para imaginar a sus anchas y calibrar sus conocimientos. Y para detectar cada día rincones nuevos para la reflexión.
Por eso también el lenguaje de los pastores castellanos que conocíamos era un modelo de precisión. La frase exacta. El epíteto adecuado. Estos cabreros nada tenían que ver con aquellos rebuscados y melifluos de las églogas o novelas pastoriles del Renacimiento. Aquellos bucólicos pastorcillos  eran una evasiva, un mero recurso literario. Iban ataviados con unos modelos y una cursilería trovadoresca en el lenguaje que en nada coincidía con los verdaderos gañanes y porquerizos de su época.

-A estos pastores de ahora nadie  les tiene en cuenta. Pocos son los hombres cultos, como Unamuno, que se acercan a unos humildes guardianes de ganado para conocer la auténtica reflexión sabia y  la entraña de la lengua. Porque el lenguaje lo hace el pueblo. No los eruditos. Estos, a lo más, lo desmenuzan y disecan. Y luego nos lo presentan enlatado en sus estructuras gramaticales.

Tal vez se pasaba dos pueblos el profesor de Castellano con este repaso a los intelectuales. Pero se le entendía muy bien lo que quería decir.

Leoncio, Martos, Elpidio. Recios pastores curtidos como antiguos odres, rebosantes del sentido común que imprime el roce constante con la naturaleza. La vida de cada uno modela su lenguaje. El  suyo era la voz de los arroyos, los barbechos y los pastizales donde pacían sus rebaños. Aprendimos mucho de ellos. Y, de rebote, les enseñamos también a corregir algunas faltas de lenguaje (¿o tendencias, tal vez?) que eran frecuentes en el habla de las capas menos cultas de la región. Eran los famosos pretéritos que tanto nos llamaban la atención. Los “dijon”, “puson”, “trajon”, “vinon”… en vez de dijeron, pusieron, trajeron, vinieron…

Y ellos, disciplinados, llegaron a corregirlo. Elipio riñó y todo en casa con su “parienta” al intentar enmendarla.

-Que nos lo “dijeron” ayer los chicos de San Zoilo….que no se dice ni “dijon” ni “vinon”
-Anda ya, “remilgao”… -le contestó ella- “Pos” no. “Ende” que empezó a hablar mi abuela y los abuelos de ella “habemos” dicho  siempre así: “trajon” y “vinon”…
-¿Y tú como lo sabes?
-Hombre, es un suponer
-Los chicos nos han dicho que ya los pastores  hablaban como se debe desde que escribió Cervantes-¿Y ése quién es?-Mira que eres inculta, Palmira
-Ya, ya… “dijo la sartén al cazo… señorito Elipio¡¡”

Palmira dio un portazo y ahí se terminó toda discusión.

-Es lo de siempre –recapituló el pastor- unos nacen pa la siembra y otros pa la molienda…y a ver quién es el  salao que en dos envites cambia el barbecho en tierra de labrantío..¿eh?

Por la tarde, en el camino de regreso al colegio, el profesor quiso indagar más sobre nuestras impresiones de la visita del día anterior a Burgos.

 -¿Qué os pareció la Cartuja de Miraflores?

Hacía apenas veinticuatro horas que, en otro crepúsculo vespertino muy diferente, salíamos de la cartuja burgalesa.

El último detalle gravado en nuestra retina era el de una capilla vacía. En el testero una estatua. San Bruno, fundador de los cartujos. Con él había soñado yo la noche anterior.

La soledad y el silencio, en efecto, fueron los rasgos que más nos impresionaron en este monasterio a tres kilómetros apenas de la ciudad de Burgos. El silencio del paraje boscoso a orillas del río Arlanzón. Y el silencio de sus moradores.

-Las reglas de los monjes cartujos sólo les permiten hablar lo menos posible -nos dijo uno de los sirvientes laicos, llamados “donados”, que nos acompañó durante todo el recorrido.
- A mí me han dicho siempre –intervino uno de los alumnos- que los ermitaños no hablan nunca. Y que dicen únicamente cuando se cruzan: “Morir habemos”, y responde el otro: “Ya lo sabemos”
-No sé si eso será cierto en otras órdenes claustrales. Pero no es verdad si se refiere a los cartujos.

<<Tenemos, eso sí, nuestras normas de silencio. Nunca se puede hablar en la iglesia ni en los pasillos. Ni en el refectorio. Sólo hablamos en contados momentos del día y en los paseos dominicales. Y en el trabajo. Pero la conversación debe ser lenta, breve y espaciada. La mayor parte de las veces los monjes se comunican con misivas escritas que depositan en las casillas que tiene cada uno en la sala común o del capítulo.
Este silencio mitigado, va parejo con la vida solitaria, mezcla de soledad y vida en común, que llevan los cartujos.
Su fundador, San Bruno, se retiró, hace ya nueve siglos,  con otros seis compañeros a una zona de los Alpes, cerca de Grenoble en Francia. Formaron un eremitorio. Cada monje habitaba en su casita o ermita y trabajaba su huerto. Se reunían varias veces durante la jornada para orar juntos y celebrar los ritos de las horas litúrgicas.
Eso es lo que seguimos haciendo los cerca de treinta monjes que tenemos el divino privilegio de habitar la Cartuja de Miraflores. Y en un entorno, además, maravilloso que sin duda os va a gustar. Primero por sus muestras de Arte y luego por lo que hay detrás de estos austeros muros y que luego os explicaré.>>

Es difícil imaginar, al llegar a la explanada  del crucero que da acceso a la Cartuja, los tesoros que puede encerrar una construcción aparentemente  tan reducida. La iglesia es de una sola nave. Antes de llegar a su cabecera  hay que atravesar tres coros separados por rejas y retablos destinados a los laicos, los legos y los padres.

Y de pronto, una extraordinaria concentración de obras  de arte.

Boquiabiertos quedamos ante dos de ellas: el retablo mayor de Gil de Siloé, de madera policromada, terminado en 1499, punto culminante del último gótico europeo.

Y del mismo autor, a los pies del impresionante retablo, el sepulcro del rey Juan II de Castilla.

Este rey regaló a los cartujos su pabellón de caza en las inmediaciones de Burgos. Un incendio destruyó el primer monasterio cartujo. El actual, denominado Cartuja de Santa María de Miraflores, se terminó impulsado por la hija de Juan II, Isabel la Católica.

La idea de la reina fue convertir el templo en el panteón de su padre y de su esposa doña Isabel de Portugal.

El resultado fue una obra única de exuberante belleza escultórica.
         
Para calibrar la impresionante belleza del panteón real, sólo hay que recordar el comentario que, según cuentan, hizo el rey Felipe II en su visita a Miraflores:

-¿Y para eso, me pregunto, acabo yo de construir El Escorial?! –dijo, anonadado ante el mausoleo de sus antepasados.

Señalando la puerta por donde los monjes, después de haber dormido apenas cuatro horas, entran a medianoche para los cantos de Maitines y Laudes, nuestra guía nos describió la vida del cartujo, sus celdas que son como austeras y diminutas casas individuales, sus trabajos:”ora et labora”, la alegría que impregna la vida de los cartujos impulsada precisamente por todas las privaciones que libremente ellos se imponen

-Y ahí estamos; humildes, sin ninguna aspiración terrenal, consagrados a la oración y al trabajo. Con la solidez que describe el escudo de la Orden de los Cartujos. Siete estrellas, representando a los fundadores, envuelven una cruz sobre la bola del mundo. Y una leyenda dice: “Stat crux dum volvitur orbis”. ¿Alguien sabe traducirlo?

-“Está la cruz en pie mientras el mundo gira”, tradujo alguno rápidamente.

 -Que Dios os bendiga

El sol poniente alzaba las doradas piedras de la iglesia sobre los tejados del monasterio. Los pináculos que coronan sus fachadas parecían los guardianes de tanto tesoro artístico y espiritual escondido en la inolvidable Cartuja de Miraflores.


-¡Eh!, ¡eh! –comentó el profesor- me parece que por aquí ronda el “recuerdo de Sthendal”

            -¿No quedamos en que eso sólo pasaba en Florencia, Padre?



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