miércoles, 11 de noviembre de 2015

MUCHOS SON LOS LLAMADOS ( 11 noviembre 15 )

La última infancia y la primera adolescencia son etapas imprecisas, moldeables aún, idóneas para absorber como una esponja el cauce y la corriente que desde el exterior le van marcando sus educadores. Esa fue la etapa que nos tocó vivir durante un lustro de hierro entre los muros adustos, pero cálidos, de un antiguo convento.

El cauce por donde discurría toda la actividad diaria era la condición de “llamados” por designio divino. Ciento veinte jovencitos estaban tocados por la selectiva varita mágica de la “vocación” religiosa. Gran número de ellos se desplomaba en el camino. Ya lo decía la cita bíblica: “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”.
Los elegidos, los selectos, serían los que decididamente se subieran al par de balsas que, en dos afluentes paralelos, conducían a buen puerto. Esas dos corrientes eran: la  religiosidad primero y, en paralelo, el esfuerzo por la formación académica y  buen comportamiento. Lo percibimos, como en otra parte ya he dicho, desde los primeros meses de nuestra estancia en San Zoilo. Cada uno hizo luego la travesía a su manera.

La perseguida formación integral “apostólica” incluía en primer lugar numerosas prácticas religiosas. Por repetitivas, seguro que para muchos, entre los que me incluyo, desembocaban en una tediosa monotonía.
Misa y comunión diarias. Confesión semanal los sábados. Rosario a primera hora de cada tarde. Las Ave Marías echadas al vuelo al sonar las campanadas del reloj como las palomas que salían sobresaltadas por los ventanucos de la torre. Ejercicios y retiros espirituales. Visitas al Santísimo. Pláticas. Charlas misionales. Novenas…

Además el concienzudo, nunca mejor dicho, Examen de Conciencia diario al anochecer. Después de una breve oración de acción de gracias, el “brigadier” desgranaba con voz queda los puntos del examen al centenar de alumnos, somnolientos, apiñados entre los bancos y la sillería monacal del coro de la iglesia, con el mudo acompañamiento del órgano fastuoso:

Examina aquí en qué faltas has caído durante el día:

            1º Para con Dios – Si al despertar por la mañana has levantado el corazón a Dios; y si has rezado devotamente tus devociones.
–Si has estado atento en la iglesia al ofrecimiento de obras, misa y comunión y si en el rosario y todos los demás actos piadosos has estado con la devoción y compostura debidas.
            2º Para con el prójimo. –Examina si has tratado con el debido respeto a tus Profesores y Superiores. –Si has murmurado de ellos o de otras personas, y si has guardado a todos las consideraciones debidas. –Si por una secreta envidia te alegras de que no salgan bien las cosas a algún compañero. –Si con tus palabras o con tu mal ejemplo has desedificado a los demás, y si les has inducido de alguna manera a faltar a la disciplina del seminario.
            4º Para contigo. –Examina si has faltado a los sagrados deberes de la aplicación no empleando bien el tiempo en las clases y en el salón de estudio. Si has faltado a la templanza en la mesa. Si has acudido al amparo de la Virgen al asomar alguna tentación.

Seguía una extensa oración a coro reconociendo las ofensas cometidas y proponiendo su corrección y satisfacción para el futuro.

El Padre Espiritual, al que se podía acudir en cualquier momento por algún problema particular, llamaba a los chicos periódicamente.

-¿Y qué le cuento yo ahora? -me decía Pablo- dame una idea, hombre
-Pues primero le saludas
-Buenas tardes, Padre –el guaje esbozaba una profunda reverencia y el ademán de besar la mano al sacerdote- Ya está. Ahora ¿qué?
- Ahora tú no te adelantes. Deja siempre que él te pregunte.
 -Bien
-Luego las cosas van saliendo solas como las cerezas. Y todo acaba con unos consejitos de andar por casa
-Vale –dijo sin entusiasmo.

Y el chaval salió de la sala de estudio cabizbajo, con una comezón en el estómago y la boca reseca igual que si  hubiera mordisqueado un palo de regaliz rancio.

Las grandes festividades religiosas, Navidad, Semana Santa, Santos Jesuitas como S. Francisco Javier, el mes de Junio dedicado al Sagrado Corazón… representaban a lo largo del año un plus de prácticas piadosas.
La más especial de las devotas manifestaciones que envolvían a los colegiales a lo largo del año era el mes de Mayo. Era un mes repleto de demostraciones de afecto y devoción a la Virgen María. Mes de las “flores”. De los “obsequios”. Papelitos que se escribían cada día ofreciendo una buena acción, sacrificios o promesas a la Virgen que se depositaban en los buzones de las clases.
El día 31 todos esos buenos deseos se quemaban frente a la hornacina de la Virgen de la Huerta adosada al muro que lindaba con el convento de las carmelitas. Asistía el colegio en pleno. Cada clase recitaba una poesía. La coral entonaba cánticos marianos a tres y cuatro voces. Del otro lado de las tapias el eco devolvía otras canciones de voces cristalinas y un enjambre de pétalos de rosas lanzadas por las monjitas de clausura.

La cúspide de la devoción a la Virgen se alcanzaba con la admisión a la verdadera élite del colegio: la Congregación Mariana. Se entraba en ella tras una meticulosa criba.
No pasaban todos la seleccion. Franquear el dintel de la Congregación constituía prácticamente un salvoconducto, el espaldarazo que confirmaba el arraigo del nuevo congregante en su vocación. Era la flor y nata de la casa.

Por ese barniz elitista, la dicha institución me produjo siempre una velada aversión.  Pero no había más remedio que bregar para llegar a ser "congregante".  
Había tres clases de congregantes: la junta, la corte, y el congregante raso. Sus miembros llevaban, para ponérselas todos los domingos y celebraciones importantes, medallas y orlas que les diferenciaban. Eran bandas, tamaño bufanda, para los de la junta. Amplia cinta para la corte. Modesto ribete para la clase llana.
Yo fui admitido tarde, en el tercer año, y nunca pasé de congregante mondo y plano. Motivos habría para ello.
Era la junta la que aprobaba, tras largas deliberaciones, a los nuevos integrantes de la Congregación.
Durante dos meses los candidatos recibían la categoría de aspirantes. Se les imponía en una reunión privada un cordoncillo con medalla.
Superado el balance positivo, se hacía la admisión en regla  con diploma acreditativo,  insignia y cinta ancha, en un acto muy solemne ante la estatua particular de la Virgen de la Congregación. Asistía toda  la comunidad.
Una vez admitido, podías añadir  a tu firma con todo orgullo las siglas “cm”: congregante mariano.

Comprobar el baremo que la junta aplicaba para admitir a los nuevos congregantes -la élite conviene recordar del alumnado- es subrayar hasta que punto tenían que ir unidos los dos aspectos básicos de un alumno ejemplar en San Zoilo: la religiosidad y el esfuerzo en los estudios y en la convivencia de la vida comunitaria.

Cada quince días se leían en público cinco notas generales: Deberes Religiosos, Conducta General, Aseo, Urbanidad, Aplicación al Estudio. La nota exigida para entrar en la Congregación era de 7 a 10 en cada una de ellas. Y una vez dentro…cuidadito!. Un solo 6 ó un 5 acarreaban aviso de expulsión. Si no se reparaban al cabo de un mes, el resultado era la exclusión automática de la institución mariana.

A partir de la lectura quincenal de notas planteaba uno de los jesuitas de San Zoilo. que fue director de la Congregación Mariana, el siguiente retrato ideal del estudiante carrionés:
            “…un alumno que entra en la iglesia o capilla con gran respeto y formalidad, que reza con devoción y modestia; que se porta en todas las circunstancias con verdadera responsabilidad de persona comprometida con el reglamento del colegio; que anda perfectamente aseado y limpio, tanto en su persona como en su dormitorio y demás enseres usados por él; que muestra ademanes adecuados, como persona fina, que sabe tratar a los demás con dignidad, pero con verdadera amistad, respetando la regla del tacto sin verdadera necesidad; que es un verdadero ESTUDIANTE, trabajo que desean de él sus padres, profesores educadores y superiores. Añádase a esto que, según la orden del Provincial, los inspectores o tutores tenían que dejar solos a los alumnos en estudios, composiciones o recreos, sin vigilantes, pues el que no cumpla con su deber por convicción propia no vale para la Compañía”

La aplicación del último punto, dejar solos a los alumnos, era muy relativa. Se solía aplicar en  gran parte con los alumnos de los últimos cursos. En general teníamos las veinticuatro horas del día a algún maestrillo que se ocupara de nosotros. Y sabíamos que el resto de profesores nos escrutaban además con el rabillo del ojo en todo momentopara indicar en su momento -“soplar” lo llamábamos- al Prefecto de disciplina las incidencias observadas.
Fue lo que a mí me pasó cuando en una de las lecturas de notas me escuché atónito:

-Y usted, joven, a ver si cuida un poco más sus uñas. Evitará el deterioro de algún libro de la biblioteca, lo cual es una manifiesta agresión al patrimonio común. Y ya sabe usted a lo que me refiero.

Claro que lo sabía. Fue un “soplo” del profesor que un día estaba solo conmigo en la biblioteca. Motivo: el rasguño que, en el azoramiento final de mis pesquisas, le hice al bíblico libro del “Levítico”, cuando acabé mi investigación sobre el sentido de la Purificación de las madres tras los cuarenta días de su “alumbramiento”.

Lo que de verdad disgustaba, a mí por lo menos, no eran los profesores que al fin y al cabo estaban para eso, corregir y dirigir nuestro comportamiento, sino los compañeros soplones. Y los había. Por aspiraciones personales  de los que catalogábamos como enchufados unos o porque con su cargo en la comunidad así lo tenían encomendados otros: encargados de clase, ediles, por ejemplo, o miembros de la junta y corte de la Congregación Mariana.  
Esta tenía sus reuniones o academias semanales. Se estudiaban en ellas temas sobre actualidad religiosa en España y en el mundo. Y se examinaba especialmente la actitud de los nuevos candidatos a la Congregación. Si tenían que llamar a alguno la atención lo hacían por breves recados escritos a los interesados: “Te has burlado a sus espaldas del profesor X”, “Llegas con frecuencia tarde a las filas”, “No se ve mucha aplicación en tus deberes religiosos”…La impresión de estar sujeto a un espionaje continuo por tus "modélicos" compañeros, aunque fuera supuestamente admitida para tu personal mejora,  se vivía en el fondo como una situación hiriente y desagradable.. 

Las prácticas piadosas eran iterativas y, por lo general, aburridas y monótonas. No era difícil por cierto adaptarse a ellas. Sin necesidad de sobresalir. Ese creo que fue mi caso. Y eso fue seguramente lo que me impidió subir peldaños en el escalafón del núcleo cimero de los congregantes.
Me salvó por otro lado, sin duda, mi  comportamiento de niño bueno y de tenaz trabajador en los estudios.
Rara vez bajé de ocho en una nota de estudio. Tuve por el contrario bastantes sietes en deberes religiosos. Porque, aun siguiendo de monaguillo, actividad que me venía de mi más tierna edad en el convento de las monjitas de Villandrando en Palencia, llegaba con frecuencia tarde o muy ajustadito a los oficios. Y, además, excepto en las actividades misionales de los veranos, nunca creo que destaqué por el ardor y cierto misticismo que muchos hacían patentes en la vida diaria.
Lo dicho. Lo justito en deberes religiosos. De siete. Pero, en fin, como se dice: “más vale un siete que un descosido”.

Predominó en aquellos años una acentuada rigidez en la formación espiritual. No era exclusiva de nuestro centro escolar. Tal rigor, dada la edad de los alumnos en incipiente maduración,  suele arrastrar acusados inconvenientes. Los escrúpulos y la casuística. La zozobra moral de no pisar en tierra firme. Que si consentías, que si no. Leve o grave. Venial o mortal. Y la continua tirantez  de la autoexigencia y la responsabilidad. Porque para entrar en la milicia ignaciana no bastaba con ser buenos, teníamos que ser los mejores.

Fuera de los tutelares muros de nuestra escuela predominaba entonces la imagen política idealizada del hombre perfecto, del caballero cruzado a la antigua usanza,  “monje-guerrero” austero y sacrificado. Era el trillado ideal falangista del “mitad monje-mitad soldado”. Utilizado con fines políticos, este slogan tuvo como resultado el adoctrinamiento y la construcción de una mística militarista de masas que fue el origen de tanta catástrofe entre las juventudes de media Europa. 
Una de las ventajas de nuestro aislamiento en el reducto privilegiado del monasterio carrionés de San Zoilo fue encontrarnos al abrigo de esa especie de mística contaminación.

En nuestro colegio existía es verdad un concepto severo de la disciplina y del trabajo académico, y un entrenamiento constante, machacador y por lo general tedioso, en el terreno de la religiosidad.
Pero puedo asegurar que distaba mucho del ambiente militarista. El colegio de San Zoilo no era un “cuartel de niños”.
Admitir el orden como pauta de comportamiento le da al adolescente un patrón de seguridad que evita las continuas pulsiones enfrentadas propias de la edad. Para conseguirlo hay que saber presentar a los alumnos una serie de obligaciones, sin tenerle miedo a esta palabra, que le tengan constantemente ocupado.

A los alumnos de San Zoilo no les quedaba tiempo para el aburrimiento. Las actividades religiosas podían ser  en algunos momentos apabullantes. Las académicas abrumadoras.  Pero había otras muchas, que se imbricaban incluso con las anteriores, compensatorias, atractivas y gratificantes: deportes, teatro, salidas al campo, filatelia, fotografía, concertaciones, academias de todo tipo, observación directa de la naturaleza, música y… tiempo, mucho tiempo, para la lectura que, junto con el crédito de buenos maestros, es una baza definitoria  en  el periplo futuro de cada escolar.

Ora et Labora. La textura de la formación integral del apostólico carrionés era simple y al mismo tiempo sólida. Un bastidor de base sobre el que se tensaban los cabos fundamentales. Luego se iban pasando, al haz y al envés, los hilos que formarían la trama definitiva, el quehacer diario, aparentemente monótono, pero moteado en el fondo con una gran variedad de actividades.

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